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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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corpóreo aunque indescriptible, se demora en su boca, caliente y dulce, mientras<br />

Elisa contempla, en el fondo del patio, al Gato y al caballo, próximo uno del otro, el<br />

Gato acariciando el cuello amarillento que se abandona un poco, con la cabeza<br />

hacia el costado opuesto al Gato, para dejar mucho espacio a la mano suave que lo<br />

recorre. El Gato siente, al mismo tiempo, un estremecimiento de piel, nervios y<br />

músculos, de pelo y de sudor, en la punta de los dedos y en las protuberancias<br />

sensibles de su palma. El Ladeado que, observado, sin advertirlo, desde la punta<br />

de la vereda por el bañero que por puro ocio lo ha seguido hasta ahí, acaba de<br />

dejar los fardos cúbicos de forraje en el suelo, a los costados de su cuerpo, se<br />

incorpora despacio, alzando al mismo tiempo las manos para golpearlas y llamar<br />

de ese modo la atención a los ocupantes de la casa. Las manos, sin embargo,<br />

vacilan un momento y quedan suspendidas en el aire; una de ellas, la izquierda,<br />

recibe una gota de lluvia, la primera, en el índice que protege los otros dedos<br />

debido a la posición vertical de la mano, enfrentada a la derecha que reproduce,<br />

invertida, la misma posición; en esa actitud, por encima de los listones verdes del<br />

portón de madera, el Ladeado ve cómo el Gato, de pie junto al bayo amarillo,<br />

acaricia, con dulzura, el cuello largo del animal que inclina la cabeza hacia el otro<br />

lado, con una tiesura delicada en la que se concentran los últimos vestigios de<br />

desconfianza. Un relámpago ilumina, con su luz lívida y verdosa, los contornos de<br />

los árboles, de los cuerpos, de las cosas. Gotas de lluvia rayan, oblicuas, la<br />

transparencia gris del aire. Durante un lapso incalculable, al que ninguna medida<br />

se adecuaría, todo permanece, subsiste, aislado y simultáneo, el pelo suave y<br />

sudoroso, la mano, la confianza, el alivio, la mirada, el gusto del café, el café, la<br />

transparencia gris del aire que envuelve, casi con resplandores a pesar del cielo<br />

bajo y negruzco, los cuerpos que laten monótonos y el vacío que los separa, rayado<br />

por las gotas intermitentes y oblicuas, cada vez más numerosas, que vienen a<br />

estrellarse contra el suelo. Cuando las manos chocan, por fin, una contra la otra,<br />

resonando, el bañero se da vuelta y comienza a bajar hacia la playa, el Gato alza la<br />

cabeza, mirando hacia el portón, el segundo trago de café se empasta contra el<br />

primero en la garganta de Elisa, el bayo amarillo comienza a sacudir la cabeza bajo<br />

el chaparrón, y el lapso incalculable, tan ancho como largo es el tiempo entero, que<br />

hubiese parecido querer, a su manera, persistir, se hunde, al mismo tiempo,<br />

paradójico, en el pasado y en el futuro, y naufraga, como el resto, o arrastrándolo<br />

consigo, inenarrable, en la <strong>nada</strong> universal.<br />

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