Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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a alguno de sus chicos. El respondía a todo con sus gestos imprecisos, sus sonrisas<br />
vagas. Era cuando lo dejaban solo, cuando nadie se aproximaba, que se sentía<br />
mejor: dejándose adormecer, arrastrar despacio por la corriente, de cara al cielo, el<br />
bañero, sin sin embargo entregarse a un sueño determinado, veía desfilar en su<br />
mente muchas imágenes precisas, bien recortadas, que iban y venían y que no<br />
parecían tener mucha relación entre sí. Y el agua pegada a su cuerpo, olvidada,<br />
arremolinándose alrededor, en movimiento continuo, cambiando, siempre a ras de<br />
los ojos, ligeramente escarolada, bajando hacia el sur y llevándolo, como jugando,<br />
con ella. De eso hacía setenta y seis horas: ahora, en el río desierto, amanecía. La<br />
lancha de control, que lo había acompañado toda la noche, se había alejado por un<br />
momento hacia la orilla, de modo que estaba solo, viendo el sol, o un segmento,<br />
más bien, rojizo, abrirse paso por entre la vegetación de las islas, manchando el<br />
cielo a su alrededor. Todavía había estrellas, pero ya apenas si se divisaban. La<br />
somnolencia del bañero se debía menos al cansancio que al vaivén continuo del<br />
agua que lo mecía. El sol que subía empezó, de un modo súbito, sin que el bañero<br />
hubiese tenido tiempo de percibir la transición, a reflejarse en el agua: una línea de<br />
puntos móviles, cobrizos, quebradizos, que se ponían a bailotear ante los ojos del<br />
bañero, cambiando de tamaño, de tinte, de lugar. A veces formaban una línea,<br />
vacilante, a la que sacudía una ondulación imperceptible, pero casi de inmediato la<br />
línea se cortaba, convirtiéndose en ese número impreciso de puntos bailoteantes. El<br />
bañero tenía los ojos fijos en ellos. Los veía como desde un poco más acá de la<br />
retina, o de la atención, o de la conciencia, en un estado que no era del todo el de la<br />
vigilia ni tenía tampoco <strong>nada</strong> que ver con el sueño, pero incluso si hubiese tenido<br />
la idea de desviar la mirada y ponerse a pensar en otra cosa, lo que no ocurrió, le<br />
hubiese sido sin duda necesario un esfuerzo mucho más grande que el requerido<br />
para una decisión semejante en una situación corriente. Sin duda también el agua<br />
lo iba llevando, plácida, hacia el sur. Pero también se llevaba al reflejo, de manera<br />
que la distancia que los separaba se mantenía constante, del mismo modo que su<br />
ángulo de visión, lo que daba la ilusión de una inmovilidad perfecta, semejante a la<br />
del pájaro que entra en el aura de la serpiente y que se queda como clavado en el<br />
suelo viéndola bailotear. Sin moverse, sin siquiera pestañear, el bañero<br />
contemplaba la raya viéndola pasar de lo uno a lo múltiple y de lo múltiple a lo<br />
uno, de un milésimo de segundo a otro, sin dejar de mecerse continua en ese<br />
movimiento ondulatorio que se transformaba en una especie de torbellino de<br />
titilaciones cuando la raya se cortaba, y que lo adormecía. Y en un determinado<br />
momento —el bañero en su recuerdo no podía decir cuándo—, la raya no se volvió<br />
a unir: a la luz del recuerdo, se podía racionalizar que el sol, que el bañero había<br />
dejado de ver, había sin duda subido un poco más en el cielo modificando de ese<br />
modo su reflejo en el agua, lo cual podía muy bien ser la hipótesis correcta, ya que<br />
le parecía recordar que por encima de su cabeza el cielo había empalidecido y las<br />
estrellas ya no eran visibles. Lo cierto es que todo a su alrededor la superficie del<br />
agua se transformó en una serie de puntos luminosos, de número indefinido y<br />
quizás infinito, muy próximos unos de otros pero que no se tocaban entre sí como<br />
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