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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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de las ventanas y los movimientos que realiza con la cabeza, lo que hace deducir al<br />

bañero que el Gato Garay ha de estar asomado a una de las ventanas y que es él sin<br />

duda el interlocutor invisible del jinete montado en el caballo amarillento.<br />

No puede decirse, piensa el bañero, que sea jorobado. Nada de eso. Pero la<br />

cabeza, carajo, la cabeza, con su sombrero de paja, parece incrustada entre los<br />

hombros desparejos como si hubiese recibido un mazazo bien calculado de modo<br />

de hacerla hundir entre los hombros sin partirla en mil pedazos ni hacerla<br />

desaparecer del todo en las profundidades de la caja torácica y no lo bastante bien<br />

calculado, por otra parte, como para evitar el desnivel de los hombros, ya que el<br />

izquierdo es mucho más bajo que el derecho, de tal manera que la cabeza se ladea<br />

un poco hacia la izquierda, rígida. Aparte de eso, el bañero no ha podido percibir<br />

otra cosa de irregular en el cuerpo largo, magro, cubierto por una camisa y un<br />

pantalón de color indefinible, pero deduce que el desnivel de los hombros ha de<br />

traer como consecuencia una desigualdad notoria en la extensión de los brazos, o<br />

más bien, una diferencia en cuanto a la altura que alcanzan cuando los deja colgar<br />

a lo largo del cuerpo, a menos que el izquierdo sea cinco centímetros más corto que<br />

el otro. Ha de tener, piensa el bañero, quince, dieciséis años, y ha de estar viniendo<br />

desde las islas. Ha de haber venido cruzando islas y vados, ha de haber hecho una<br />

o dos horas de trote para llegar hasta la casa blanca ante la que ahora está parado,<br />

en el sol de la siesta, moviendo la cabeza en dirección al interlocutor invisible<br />

asomado, sin duda, al recuadro negro de la ventana: jinete y caballo, y sombra de<br />

jinete y caballo, a los pies, sobre el pasto ralo y ceniciento, en el sol de la siesta que<br />

vela el aire entero con un polvo destellante y blanquecino.<br />

Al paso, el caballo amarillo, sin dejar de mantener, sin embargo, la cabeza<br />

enhiesta, el jinete rígido aunque dando la impresión de una precariedad intensa,<br />

comienzan a subir el declive de la calle arbolada, hasta que se internan en la<br />

sombra de los árboles, volviéndose durante unos pocos segundos como más<br />

intensos antes de desaparecer.<br />

Ahora en el gran espacio abierto no hay más <strong>nada</strong>, Ül bañero está estirando la<br />

mano, sin seguir con la mirada su ademán, hacia la revista de historietas abierta<br />

junto a él, en el suelo. La mano palpa dos o tres veces, aproximándose a la revista,<br />

el suelo arenoso, pero la mirada sigue fija en el gran espacio abierto y vacío en el<br />

que la resolana que reverbera de un modo particular contra la fachada de la casa<br />

blanca, contra el techo de tejas, pone unas rayas amarillas y blancas que parecen<br />

escindir al infinito el espacio entero. El sol arriba, enturbiando, de un modo<br />

paradójico, más que haciéndolo relucir, el cielo, y después, hacia abajo, la gran<br />

extensión vacía, hasta el semicírculo de árboles en el medio del cual está como<br />

incrustada la casa blanca, el río liso, dorado o caramelo, sin una sola arruga, la isla<br />

baja, polvorienta, el espacio amarillo de la playa, parecen atravesados por esas<br />

rayas blancas y amarillas, verticales, oblicuas, que cambian de un modo continuo<br />

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