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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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juego, a causa de la pelota multicolor que rueda ahora hacia la playa, pasa junto al<br />

bañero y se detiene a los pies de la mujer rubia, en bikini celeste, que ha visto hace<br />

unos segundos salir del agua y que está secándose, parada junto a sus bolsos y a su<br />

gran toalla verde extendida en el suelo, con una toalla blanca.<br />

A la hora de la siesta, cuando los bañistas no se atreven a quedarse bajo el sol,<br />

el bañero acostumbra a darse un chapuzón rápido y a regresar bajo el árbol,<br />

instalándose a la sombra para almorzar. Ahora que ha terminado su sandwich y<br />

que está enroscando el vaso—capuchón de su termo lleno de cerveza helada, el<br />

bañero echa miradas fugaces hacia el gran espacio abierto en el que reverberan la<br />

arena amarilla, la casa blanca, el río color caramelo y la luz amarilla y árida.<br />

Cuando ha guardado el termo en el bolso azul, apoya la espalda en el tronco del<br />

árbol y permanece inmóvil durante unos segundos. ¿Cómo es posible que alguien<br />

haya podido ensañarse con ese hermoso caballo blanco? El ha sabido verlo venir al<br />

trote lento por la orilla del agua, cuando el cuidador lo sacaba a varear. El bañero<br />

abre los ojos y contempla el gran espacio abierto que parece flotar en la luz ardua.<br />

Su cara tostada y sudorosa tiene una expresión sombría. Como para verificar que<br />

no se equivoca, tiende la mano hacia el diario y lo abre sobre sus piernas gruesas y<br />

desnudas, en la sección policiales. Las hojas del diario crujen nítidas en el silencio<br />

de la siesta. El bañero fija la vista en el titular de la noticia, cierra los ojos y su<br />

cabeza cae, pesada, sobre su pecho.<br />

Un chico, uno solo, atraviesa la playa desierta, sobre la que el cielo es menos<br />

brillante y más bajo. El chico acaba de salir, como una aparición, del agua, y viene<br />

atravesando, en línea oblicua la playa en dirección al árbol contra el que él está<br />

sentado. Pero el chico no camina: viene saltando, el pie izquierdo adelante y el<br />

derecho atrás apoyándose en la punta de los dedos para tomar envión, el brazo<br />

izquierdo plegado a la altura del pecho, con los dedos encogidos, y el derecho<br />

pendiendo detrás de modo que la mano va dándose palmadas en la nalga derecha<br />

para incitar el cuerpo a la marcha que en realidad es un trote. El chico avanza,<br />

siempre al trote, por la playa desierta y silenciosa, en la que no se oye más que el<br />

ruido rítmico de sus palmadas, y una pedorrera entrecortada, semejante a la de los<br />

caballos, que produce con la boca. Cuando está a unos pocos metros, el bañero<br />

reconoce a su hijo menor, que tiene nueve años. El chico continúa trotando pero<br />

sigue fijo en su lugar, sin avanzar. Su trote se vuelve cada vez más frenético y su<br />

pedorrera bucal más intensa, de modo que de entre sus labios, comienzan a salir<br />

gotas de saliva espumosa. El bañero, que al principio, a pesar de cierta inquietud<br />

sorda que experimenta, ha tratado de ver el lado divertido de la cuestión,<br />

comienza a exigir del chico que termine su juego. Pero cuanto más le habla, mayor<br />

es el frenesí con que el chico continúa su trote y su pedorrera. El bañero se dice:<br />

"Está enfermo de bestialidad".<br />

Ahora el chico ha desaparecido. El bañero sigue sentado contra el árbol. El<br />

espacio frente a sí ha perdido su virulencia amarilla, y está como bañado en una<br />

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