Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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ecordándolo. Va adentrándose en él como en una ciénaga, y a medida que se hunde,<br />
no percibe tampoco que su recuerdo no tiene fondo, que podría ir agregando, si<br />
se lo propusiese, y si la memoria se pusiese de su lado, detalles al infinito. Después<br />
atraviesa, descalza, en puntas de pie, las habitaciones blancas y se viste en el<br />
dormitorio. Frente al espejo del baño, mientras va cepillándose, despacio, el pelo<br />
negro mojado, el recuerdo la abandona. Una sucesión de imágenes, semejantes a<br />
las de un entresueño, ocupa su lugar. Está en eso —cepillándose el pelo mojado,<br />
mientras las gotas de agua resbalan por sus mejillas y por su cuello, en el cuarto<br />
del baño al que llegan los ruidos remotos de la playa a pesar de todo tan<br />
próxima—cuando llega el Gato, sudoroso, respirando fuerte, con ese aire afiebrado<br />
de la gente que vuelve del campo, y su expresión reconcentrada, ni indiferente ni<br />
hostil sino más bien distante, errática. El Gato sale del baño con la brusquedad con<br />
que ha entrado. Cuando Elisa termina de peinarse y abandona a su vez el baño, lo<br />
encuentra copiando nombres y direcciones de la guía telefónica en los sobres<br />
blancos. "Me pregunto qué carajos piensan mandar adentro", murmura el Gato,<br />
oyéndola entrar, sin interrumpir su trabajo. Elisa se sienta frente a él, del otro lado<br />
de la mesa y permanece inmóvil diez segundos: después se vuelve a parar. Realiza,<br />
maquinal, dos o tres trabajos domésticos, y después, volviendo a atravesar la<br />
habitación en la que el Gato escribe, inclinado hacia los sobres y la guía telefónica,<br />
se dirige hacia la habitación del frente y, abriendo la ventana de par en par y<br />
acodándose en el marco, se pone a contemplar la playa. Muchos bañistas ya se han<br />
retirado. De un modo inconsciente, ha estado sin duda escuchándolos pasar en<br />
dirección al pueblo o a la ciudad, a pie o en auto, por la ventana del dormitorio o<br />
desde el cuarto de baño, cuyo ventanuco, alto, se abre a la galería, pero que, del<br />
mismo modo que el dormitorio, está construido sobre la fachada lateral que da<br />
sobre la vereda. Los que quedan, seis o siete incluido el bañero que será sin duda el<br />
último en retirarse, evolucionan lentos por la playa, ennegrecidos, y sus siluetas,<br />
paradójicas, se recortan más nítidas en la luz descompuesta. El crepúsculo ha<br />
transformado el espacio visible en cuatro franjas sin profundidad, de colores<br />
diferentes: arriba, la franja ancha, verdosa, del cielo, contra la que se recorta la<br />
filigrana negra de la vegetación de la isla, entre cuyas perforaciones intrincadas<br />
reaparecen las manchas verdes del cielo; la franja violeta del agua, que viene<br />
después de la de la vegetación y que esta llena de manchitas de brillo liso que<br />
conservan su tonalidad violácea, y por último la arena azul, que anuncia la noche,<br />
y sobre la que se asientan, como incorpóreas, las siluetas movedizas de los últimos<br />
bañistas cuyos perfiles relumbran en la luz ausente y cintilante. Cuando Elisa se<br />
retira de la ventana, entornándola, el azul de la playa ya está ganando el espacio<br />
entero. En el fondo de la casa, los eucaliptos negros se recortan contra una mancha<br />
de un rojo amarillento. Al atravesar las habitaciones, Elisa ha oído el ruido de la<br />
ducha, en el cuarto de baño, y ahora, instalada en la perezosa, en la penumbra azul<br />
de la galería, lo ve llegara, recién bañado y afeitado, con un vaso de vino blanco en<br />
la mano. Durante un buen rato intercambian, en el anochecer, hasta que se hace<br />
noche cerrada, un diálogo desganado, interferido por silencios sin fin, que<br />
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