Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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que el sombrero de paja recupera su posición horizontal.<br />
Apenas si ha entrevisto, al girar de nuevo la cabeza, el gesto con que el gordo<br />
ha respondido a su saludo: consistió en retirar la mano del pecho, alzarla hasta la<br />
altura del hombro, con los dedos separados y la palma vuelta hacia el exterior y<br />
sacudirla un momento, sin energía, en esa posición: un fogonazo pálido se<br />
enciende y se apaga.<br />
En la mañana ennegrecida por la inminencia del agua, la fachada blanca<br />
emite un resplandor apagado: a medida que va acercándose, con los dos fardos de<br />
forraje, uno en cada mano, sostenidos en la intersección del alambre, mientras va<br />
dejando atrás la canoa verde anclada en la orilla, habiendo vuelto, como saludo,<br />
por un instante la cabeza en dirección al bañero que ha de estar todavía<br />
contemplándolo desde el borde del agua con los brazos cruzados sobre el pecho<br />
desnudo, el Ladeado empieza a distinguir los huecos vacíos de las ventanas, que<br />
dejan entrever la penumbra pálida del interior. Sus alpargatas rotosas chasquean<br />
rítmicas sobre la arena reseca. Ninguna sombra lo sigue o lo precede. El cuerpo,<br />
que se recorta nítido en el aire sombrío y transparente, avanza rígido, equilibrado<br />
entre los dos fardos de forraje que se balancean de un modo imperceptible a los<br />
costados, aproximándose a la casa blanca sobre cuya fachada lateral se<br />
entrecruzan, enormes, las ramas de los árboles. Pero la cabeza, enfundada en el<br />
sombrero de paja de ala redonda, está hundida entre los hombros torcidos: sin<br />
joroba, el cuerpo tiene sin embargo una forma extraña desde la mitad del pecho<br />
para arriba. Es como si el busto imperfecto hubiese pertenecido a otro cuerpo, a<br />
otro hombre, y hubiese sido acoplado, apresuradamente y sin coincidir del todo<br />
con él, al cuerpo del Ladeado. Y va avanzando despacio, sosteniendo los fardos de<br />
forraje, uno en cada mano, los dos a la misma altura, como si el nivel de los<br />
hombros se compensara por la desigualdad de los brazos y también por la de las<br />
mangas de la camisa descolorida. Se mueve lento, regular, exterior, en el aire<br />
ennegrecido, toda su figura nimbada de una cintilación gris contra el cielo bajo,<br />
color humo. Un refucilo empalidece, durante una fracción de segundo, el aire<br />
oscuro. De alguna parte, dos pájaros, persiguiéndose con enviones irregulares,<br />
siempre a la misma distancia como si fuesen las partes fijas de un conjunto<br />
inmodificable y se desplazaran por obra de un mecanismo único, cruzan el cielo<br />
frente a la mirada del Ladeado que los sigue en su trayectoria, y van a hundirse en<br />
los árboles que se inclinan sobre la pared lateral de la casa blanca, desapareciendo<br />
entre las hojas. Al avanzar, el cuerpo del Ladeado va dejando vacío, y cada vez<br />
más extenso, el espacio que separa su cuerpo de la canoa verde, el espacio vacío<br />
lleno de una luz pesada y uniforme y de una transparencia acuosa. El espacio que<br />
separa su cuerpo de la canoa va estirándose, de un modo gradual: exterior a la<br />
exterioridad quieta del conjunto, opaco y rugoso, formando parte de las masas<br />
rugosas y opacas —árboles, el bañero, parrillas, la canoa, la casa blanca—<br />
disemi<strong>nada</strong>s como al azar y sin orden entre el cielo bajo, color humo, y la tierra<br />
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