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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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calzado con la sandalia en la que las tiras de cuero que se enroscan en la pantorrilla<br />

mantienen tirante sobre el empeine la argolla de bronce—, contra el costado de su<br />

pantorrilla, y contra el ruedo de su vestido blanco que le llega hasta la mitad de los<br />

muslos. Un rayo de luz que se cuela por el resquicio que separa la cortina de lona<br />

del marco negro de la puerta viene a tocar, a su vez, su perfil confuso, haciendo<br />

resaltar la nariz, que emite como un brillo en la punta, y sobre todo los labios<br />

gruesos, espesos, cerrados, que se fruncen un poco y se mueven ligeramente, sin<br />

separarse. Elisa permanece una fracción de segundo en esa actitud, hasta que<br />

efectúa un movimiento curioso, consistente en sacudir el cuerpo entero, y sobre<br />

todo los hombros como si, de un modo anacrónico, o paradójico, más bien, hubiese<br />

recibido, en el anochecer ardiente, una brisa helada, y después, de un modo<br />

brusco, cruza el espacio exiguo que la separa de la cortina de lona azul y,<br />

apartándola con la misma mano que sostiene el vaso, entra en la cocina recibiendo<br />

contra su cuerpo, durante unos segundos, el choque de la luz que viene desde la<br />

cocina a la galería y que la cortina, al regresar a su posición inicial, sin dejar de<br />

sacudirse, vuelve a interceptar. Lo que sigue es un estado extraño, sin nombre, en<br />

el que el presente, que es tan ancho como largo es el tiempo entero, parece haber subido,<br />

no se sabe de dónde, a la superficie de no se sabe qué, y en el que lo que era yo,<br />

que no era en sí, de ningún modo, gran cosa, sabe ahora que está aquí, en el<br />

presente, lo sabe, sin poder sin embargo ir más lejos en su saber y sin haber<br />

buscado, en la fracción de segundo previa a ese estado, bajo ningún concepto,<br />

entreverlo. Ahora pasa; y ahora, en la oscuridad, los ruidos, los murmullos, el<br />

canto de las cigarras, el ladrido de un perro en la otra punta del pueblo,<br />

comienzan, de un modo gradual, a desempastarse, a separarse, construyendo, en la<br />

masa compacta y negra de la noche, niveles, dimensiones, alturas, distancias<br />

diferentes, una estructura de ruidos que producen, en la negrura uniforme, un<br />

espacio frágil, precario, cuya distribución en la negrura cambia de un modo<br />

continuo de forma, de duración, y hasta se diría, por decirlo de algún modo, de<br />

lugar. Pero ahora ya pasó: es como si una onda errabunda, una imagen<br />

fosforescente de muchos colores combinados de un modo armonioso, se hubiese<br />

reflejado, al pasar, durante unos instantes, en mí, y hubiese continuado, después,<br />

dejándome en ese otro estado más firme, más permanente, en el que todo se<br />

presenta, a la yema de los dedos, con la misma accesibilidad que un barco en el<br />

interior de una botella. De esa somnolencia me sacan, después de unos minutos,<br />

los ruidos que vienen de la cocina. Cuando dejo atrás la cortina de lona azul, que<br />

continúa sacudiéndose y que ha de estar dejando pasar, sobre el piso de la galería,<br />

rayas de luz movediza, encuentro a Elisa atareada sobre el fogón: con el cuchillo de<br />

cocina corta, de un gran pedazo de carne cruda, pedacitos que va dejando caer en<br />

el interior de un plato hondo. Las tiritas de carne van acumulándose en el fondo<br />

del plato. Elisa, que me ha dirigido, al oírme entrar, una sonrisa rápida, sin<br />

interrumpir su tarea, ha vuelto a bajar la cabeza para vigilar sus movimientos<br />

mientras corta, del bloque de carne cuyo tamaño disminuye de modo gradual, las<br />

tiritas de un grosor más o menos regular. El cuchillo va descubriendo las<br />

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