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medieval, objeto que sin duda había encontrado en una de las varias salas<br />

del departamento.<br />

Mientras le miraban dejó caer el arco que chocó estrepitosamente con el<br />

suelo, y saltó hacia atrás. La acción sacó a Monk y Ham de su inercia y los<br />

dos se lanzaron tras del asesino.<br />

Pero él cerró de golpe la puerta y la llave rechinó en la cerradura. Los dos<br />

ayudantes de Doc Savage descubrieron la solidez del paño al embestirle.<br />

-¿Conque no existen Los Cráneos Plateados, eh?-dijo con sorna Ham.<br />

Monk blandió el puño nudoso y de piel hirsuta.<br />

-¡Tú lo afirmaste, picapleitos!<br />

Sonrió e hirió la puerta con el puño. La madera se astilló, cedió un poco.<br />

Más extensamente se astilló aún bajo un segundo puñetazo y luego se<br />

hundió, dejando abierto un agujero suficientemente grande para que pasara<br />

por él la velluda mano del simiesco químico.<br />

Sin aproximarse mucho a la puerta, Monk buscó a tientas la llave, hallóla<br />

en su sitio y le dio media vuelta. De un empujón abrió luego la puerta.<br />

Ham atravesó el umbral, bastón en mano.<br />

-¡Aguarda, estúpido!-gruñó Monk, tirándole de una manga.<br />

De una funda sobaquera, oculta de madera tan hábil que apenas se<br />

conocía, sacó lo que parecía ser un automático: la ametralladora<br />

perfeccionada por el propio Doc Savage, y con ella en la mano franqueó, de<br />

un salto, el umbral.<br />

Teniendo en cuenta que el asesino acababa de penetrar en la misma<br />

habitación, la acción resultaba temeraria. Pero el químico llevaba puesto un<br />

chaleco a prueba de balas que le protegía el tronco y sabía, además, que el<br />

“gangster” de tipo moderno no suele tirar a la cabeza de su oponente. Ham le<br />

siguió pisándole los talones.<br />

Él también llevaba un chaleco similar tan ligero y delgado que apenas hacía<br />

bulto debajo de la americana. Tampoco le molestaba demasiado.<br />

Ambas prendas de su indumentaria se debían a la habilidad de Doc<br />

Savage, lo mismo que las ametralladoras. Los dos hombres penetraron,<br />

pues, en la habitación y allí abrieron una boca de a palmo mientras sus ojos<br />

buscaban azorados, en torno.<br />

-¡Que raro! ¿Dónde se ha metido el individuo?-exclamó el químico, sin<br />

aliento.<br />

Ham meneó la cabeza, asombrado, y blandió el bastón con un impulso<br />

maquinal. Su presa no se hallaba en el interior del despacho.<br />

Para colmo se hallaban cerradas sus dos ventanas y el abogado sabía que<br />

aquel rascacielos tenía una pared lisa y empinada de modo que ni siquiera<br />

los llamados “hombres-moscas” hubieran logrado escalarla valiéndose de los<br />

métodos usuales.<br />

Monk se lanzó a la carga describiendo una vuelta entera en torno de la<br />

pieza, tiró de la costosa tapicería que ornaba una de las paredes, frunció el<br />

ceño al no descubrir tras de ella ninguna salida, y fue a levantar una punta<br />

de la alfombra, sin hallar trampa o puerta alguna secreta.<br />

-Las ventanas tiene las fallebas levantadas-le dijo Ham.<br />

-Pero ese pájaro de pinta no puede haber volado...-Monk se tragó el resto<br />

de la frase, corrió a una ventana y levantó el bastidor de cristal.<br />

Ham se colocó, de un salto, junto a él y ambos miraron a la calle.<br />

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