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En su suelo yacía el bastón de Gardner y junto a él divisaron húmedas
manchas rojas. Se había volcado una silla.
-Ha habido lucha, una lucha encarnizada-afirmó Pace-. Pero, ¿a quién se
ha cogido? ¿A Gardner o al conductor del taxi? ¿Esa sangre ha sido
derramada por el dueño de la casa o por el chofer? ¡He aquí el enigma!
Doc se abalanzó a un punto determinado, dobló la cintura, recogió del
suelo un fragmento metálico, centelleante. Era un trocito de tela, sucia y
rasgada, arrancada a los trajes poco comunes de los misteriosos Cráneos
Plateados.
-¡Han cogido a Gardner!-murmuró Pace-. Es decir: ¿le habrán cogido? ¿No
le habrán cogido?
Doc se aproximó o mejor, se deslizó hasta la puerta más próxima, abrióla y
franqueó su umbral. Tardo en seguirle, Pace llegó junto a la puerta.
Y asustóse por lo visto de la oscuridad del pasillo. Titubeó, retorcióse las
manos, y su habitual nerviosidad se acentuó visiblemente
Resultado de aquella vacilación fue que en lugar de echar a andar tras de
Savage, subió al primer piso y se apoderó allí del arma de que Doc había
despojado a Gardner.
Salió luego de la habitación y recorrió la casa en tinieblas. En la mano
empuñaba el revólver y sus facciones reflejaban una sombría resolución.
Pocos instantes después, a la sombra de una de las cabañas que se
hallaban más próximas a la casa, tuvo lugar una siniestra reunión.
En torno a las cabañas había un jardín muy cuidado, cuyas altas plantas
se alineaban en un orden perfecto en sus arriates y por consiguiente
constituían un lugar ideal para furtivas idas y venidas.
Allí, uno de los hombres del traje de plata acababa de reunirse a otros dos
compañeros.
-¿Es Ull?-murmuró, receloso, uno de ellos, sacando el revólver.
-Sí, el mismo-replicó el recién llegado, con voz sibilante.
-¿Has visto quién es el intruso que se ha metido en la casa?-interrogó el
otro, guardando el revólver.
-Es Doc Savage-replicó Ull.
-Pero, yo había creído...
-Ya sé-dijo Ull entre dientes-. Por lo visto ha escapado a la granada en el
departamento del aviador. No ha muerto.
Su compañero profirió un juramento en voz baja.
-¿Qué haremos, entonces? Si no hubiéramos hecho fuego sobre el
conductor del taxi cuando trataba de huir...
Ull reflexionó. Envuelto en su disfraz que rielaba débilmente a la luz de la
luna, componía una figura grotesca.
-Bueno, hasta aquí todo lo demás nos ha salido bien-dijo al cabo-, y por
ello lo mejor que podemos hacer es salir de aquí cuanto antes. El resto de la
banda, ¿se nos ha adelantado ya?
-Sí, Ull.
Ull dio a su compañero un leve empujón.
-¡Muévete, pues! Nos reuniremos a ella.
Apenas las tres enmascaradas figuras habrían dado un paso, cuando les
detuvo el sonido de una voz. La voz salía de una ventana de la cabaña.
-¡Eh, idiotas! ¡No despreciéis la ocasión que se os presenta!
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