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Doc le registró, sin hallar nada que le indicara el nombre del individuo,
incapaz de moverse o de hablar a causa de la parálisis singular que le había
atacado, el individuo podía únicamente dirigirle miradas centelleantes.
Doc le volvió boca abajo, le asió por el robusto cuello y sus dedos tornaron
a ejercer en él una presión. El resultado de la operación fue sorprendente.
La víctima comenzó a retorcerse y trató de incorporarse.
-¡Déjame ir!-pidió entre dientes. El temor temblaba en su voz y miró
fijamente las manos de Doc, sus tendones semejantes a delgadísimos cables
de acero.
-Antes deseo saber dos cosas-repuso con calma el hombre de bronce.
-¡Vete al diablo!-exclamó el bandido.
-¿Qué ha sido de mis dos ayudantes, Monk y Ham? ¿Dónde se encuentran
actualmente?-Doc se expresaba con suma lentitud, mas el acento
amenazador de su voz sonora crispó los nervios, del ser tendido en el suelo,
a sus pies.
-Esto es lo quo deseo saber ante todo. Lo segundo es: ¿quién dirige el
tinglado de esta farsa de Los Cráneos Plateados?
El bandido se humedeció los labios con la lengua. Visiblemente nervioso,
titubeó un instante y al fin replicó:
-¡Así me aspen si sé una palabra de todo ello!
-Dele una paliza, señor Savage-sugirió Pace-. Los seres de su calaña se
tornan cobardes ante los golpes.
-Sin duda vas a menudo al cine. Se te ha pegado-le dijo con acento de
sorna el bandido.
-¡Sujétele, señor Savage, que voy a asestarle un directo en las mismísimas
narices! ¿Eh? ¿Qué es eso?...
El brazo de Doc describió súbito molinete y le derribó a tierra.
Simultáneamente despertó los ecos de la casa la detonación de un arma de
fuego. Acababa de dispararse un tiro desde la ventana, mas no dirigido a
Pace, sino al propio Doc.
La bala fue a incrustarse en su chaleco, con lo cual no obstante su
resistencia, se le agotó la provisión de aire en los pulmones y cayó hacia
atrás.
De un salto prodigioso logró, así y todo, colocarse junto a un pilar, detrás
del cual ...se escondió. Pace estaba seguro allí donde él le había lanzado de
un empujón.
Algo se movió fuera, de la ventana. Surcó el aire un revólver que fue a caer
en el regazo del hombre tendido. En el ínterin no se pronunció palabra
ninguna. Tampoco era preciso.
El bandido se apoderó con avidez del arma, se volvió, sin moverse del suelo
y apuntó con ella a Doc.
De momento pareció que iba a ser cogido entre dos fuegos. No podía
abandonar su escondite sin colocarse delante de la ventana, y el tirador
debía poseer suficiente inteligencia para dispararle, esta vez, a la cabeza.
-La muerte vestida de plata.
El bandido quiso levantarse con objeto de afinar la puntería.
Doc se incrustó en el pilar. Su mano derecha, desapareció a la vista, tan
rápidamente se había movido. Era que él la había introducido en un bolsillo
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