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-¿Ha visto en torno de estos astilleros a Los Cráneos Plateados?<br />

-¡Dios mío!-balbuceó Pace-. ¿Qué ha sido eso?<br />

-Quédense aquí - exclamó vivamente Doc,<br />

Y se dirigió a la escalera.<br />

Pace echó a andar detrás de él, pisó una de las simientes explosivas<br />

esparcidas por el suelo, dio un salto prodigioso y se puso a temblar.<br />

-¡Ay, ay!-exclamó, con voz ahogada-. Mis nervios no soportan todo esto. ¡No<br />

señor!-.<br />

-Permanezca junto a la señorita Zane- ordenó el hombre de bronce.<br />

Y se perdió en la sombra de la escalera. Avanzaba con paso tan rápido y<br />

sigilo, <strong>com</strong>o el huracán.<br />

Pace miró a Lorna, y le dijo, apresuradamente:<br />

-Lorna, estoy preocupado. ¿Qué significará todo esto?<br />

-Lo ignoro-replicó ella, con acento sombrío.<br />

-Si le sucediera a usted algo malo, creo que me moriría-aseguró Pace con<br />

grave acento.<br />

Ella le miró reflexivamente.<br />

-No lo dudo-respondió con acento seco.<br />

-¡No bromee, Lorna! Ya sabe que estoy loco por usted. ¡Loco, sí señor! ¿Por<br />

qué no le gusto?<br />

-Porque es muy asustadizo-replicó Lorna en el mismo tono de antes.<br />

-¡Oh, no puedo evitarlo!<br />

-Y porque, además, es muy hablador-continuó diciendo ella-. Dice usted<br />

todas las cosas dos veces. ¿No cabe contenerse un poco?<br />

-Trataré de hacerlo-le prometió Pace.<br />

-Bueno, pues a ver si se enmienda.<br />

Ambos aguzaron el oído sin oír a Doc, pues el hombre de bronce avanzaba<br />

con sigilo por los pisos superiores del edificio. Bajó por un corredor, dobló<br />

una esquina y descubrió que la casa era mucho mayor de lo que había<br />

supuesto. Tenía numerosos pasillos y, en suma, era un verdadero laberinto.<br />

Inesperadamente penetró en una gran habitación, ocupada por<br />

muchísimas mesas de escritorio, parte de las cuales a juzgar por la ausencia<br />

de papeleras y otros útiles de despacho, no se usaban al presente.<br />

Otras sí estaban en uso. Sin duda la Casa Winthrop había trabajado en<br />

otros tiempos más que a la sazón.<br />

AL otro lado de la pieza, frente a él, distinguió una gran caja de caudales<br />

maltrecha por el uso prolongado. Mas, no era solamente la pintura lo que al<br />

desprenderse de sus costados producía mal efecto.<br />

La puerta, arrancada, reposaba en el suelo y esparcidos en él se veían los<br />

papeles que, sin duda, había encerrado hasta aquel momento. Por encima de<br />

la caja se elevaba una columna de humo verde y el aire olía a nitro quemado.<br />

La voladura de la caja debía ser lo que habían oído desde abajo, él, Lorna y<br />

Pace.<br />

CAPÍTULO VI<br />

LAS IMPRESIONES MISTERIOSAS<br />

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