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Doc Savage/20<br />

CAPÍTULO I<br />

“LOS CRÁNEOS PLATEADOS”<br />

Una helada, pétrea expresión, endurecía el semblante del caballero alto y<br />

sus ojos oscuros giraban en las órbitas, desasosegados, intranquilos. A los<br />

costados de su cuerpo unas manos heladas, descoloridas, pendían inertes...<br />

Que el caballero estaba alarmado y un si es no es caviloso, era evidente.<br />

Cualquier persona observadora se hubiera dado cuenta de ello. Mas no<br />

existían personas observadoras entre la multitud de taquígrafas,<br />

mecanógrafas y escribientes que pululaban en las oficinas de “Los siete<br />

mares” y por ello las sonrisas dirigidas al caballero fueron las que dirigen en<br />

tales ocasiones los empleados faltos de energía a un superior intransigente.<br />

Los hombres de carácter enérgico no solían trabajar por espacio de mucho<br />

tiempo en las oficinas de “Los siete mares”, ya que su Director, Paine<br />

Winthrop, era un individuo chapado a la antigua, un emperador de la<br />

Industria, que miraba a sus empleados por encima del hombro <strong>com</strong>o si en<br />

lugar de hombres libres hubiesen sido vasallos.<br />

De haber vivido cien años antes, sin duda habría poseído millares de<br />

esclavos a quienes hubiera azotado sin el menor escrúpulo. Tal vez Clarence<br />

Sparks observara que ocurría algo anormal.<br />

Clarence era un escribiente encargado de hacer las facturas y de llevar la<br />

cuenta del cargamento fletado por los buques de la Compañía. No se<br />

ocupaba, empero, de la construcción, con todo y verificarse ésta en los<br />

astilleros controlados por el propio Winthrop.<br />

Como el resto de sus <strong>com</strong>pañeros, Clarence era un ser tímido y asustadizo<br />

<strong>com</strong>o un conejo; sin embargo, no carecía de inteligencia.<br />

-Buenas tardes, Comodoro Winthrop-dijo a su Director.<br />

En realidad su jefe no tenía el alto cargo que él le atribuía, si se exceptúa el<br />

honorífico de que disfrutaba en uno de los clubs náuticos de la ciudad, pero<br />

le agradaba la distinción y Clarence lo sabía.<br />

Sin embargo, en aquella ocasión pareció no oír el saludo de su dependiente.<br />

Andando maquinalmente, a paso largo, pasó por delante de él, cruzó la<br />

habitación desde la puerta al pasillo y se metió en el despacho. Su rostro<br />

continuaba adoptando la misma singular expresión, sus ojos seguían<br />

girando en las órbitas, desasosegados, y sus manos pendían inertes, a<br />

ambos costados de su cuerpo.<br />

-¡El muy zorro!-gruñó Clarence-. ¡Ya te darán algún día tu merecido!<br />

Clarence acertó. No adivinaba bien hasta qué punto estaba dotado del don<br />

de profecía. Tras de entrar en su despacho, Paine Winthrop cerró la puerta<br />

con llave.<br />

Hecho esto, le dio media vuelta al pomo <strong>com</strong>o deseando asegurarse de que<br />

estaba bien cerrado. Valiéndose de una cerilla introdujo en el ojo de la llave<br />

la punta de su pañuelo de seda, se quitó el abrigo y lo colocó, extendido, en<br />

el suelo, junto a la puerta.<br />

A continuación respiró satisfecho. Ahora estaba seguro de que no le oirían.<br />

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