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-Por fuerza debemos tener los cerebros embotados-observó disgustado,<br />
Ham, después su examen.<br />
-Habla por ti-gruñó Monk; colocó una mano sobre el alféizar de la ventana<br />
y saltó por el hueco abierto... aparentemente al espacio.<br />
Ham le siguió sin vacilar, instintivamente, cuidando de no des<strong>com</strong>ponerse.<br />
Sólo muy raras veces se olvidaba que el rascacielos constaba de escalones<br />
a modo de pirámide y que uno de ellos se hallaba al nivel de las oficinas de<br />
la Compañía naviera. Sin duda había huido por aquel lugar el asesino, tras<br />
de cerrar la ventana con objeto de confundir a sus perseguidores.<br />
Monk señaló:<br />
-¡Ha huido por aquí!<br />
El polvo y el hollín de la ciudad manchaban el escalón y en él eran<br />
perfectamente visibles las huellas dejados por el arquero. Los dos hombres<br />
las siguieron en torno al edificio. Desaparecían debajo de una ventana<br />
abierta en el costado opuesto. Monk y Ham se encaramaron a ella y se<br />
hallaron en una pieza llena de cubos, estropajos y paños, usado<br />
evidentemente por los porteros de la casa. En ella no descubrieron rastro del<br />
asesino del traje de plata.<br />
Un corredor, desierto a la sazón, se extendía al otro lado de la puerta del<br />
aposento y nadie apareció en él hasta emitir Monk un alarido de rabia.<br />
Dos agentes de policía asomaron entonces a la puerta de las oficinas de Los<br />
Siete Mares.<br />
-¿Qué pasa?-deseó saber uno de los agentes.<br />
-¿Adónde ha ido el asesino?-interrogó a su vez Monk.<br />
El agente abrió la boca.<br />
-¿Un asesino?-repitió-. Oiga: ¿de qué está usted hablando?<br />
Y esta fue la primera noticia que tuvo la Policía respecto al asesinato del<br />
infortunado Sparks, ya que, en efecto, el apocado escribiente había muerto;<br />
la saeta le había atravesado el corazón. Esto fue lo que la Policía descubrió<br />
después de examinar su cadáver.<br />
¿Dónde se había metido el criminal? El misterio tardó en aclararse unos<br />
quince minutos, al cabo de los cuales una voz excitada gritó desde las<br />
regiones bajas de la casa que se había encontrado allí, sin sentido, a un<br />
bombero.<br />
Monk y Ham se lanzaron escaleras abajo sin pérdida de tiempo. El bombero<br />
en cuestión tenía espeso cabellos rubios, hecho que muy posiblemente le<br />
había salvado la vida, pues a juzgar por las trazas había recibido un golpe<br />
terrible en la cabeza. Junto a él aguardaba un agente de policía a que llegara<br />
el médico llamado.<br />
-Yo me encargo de reanimarle-dijo Ham-. Poseo un sistema infalible.<br />
Desenvainó la hoja de su bastón-estoque y los espectadores vieron que la<br />
punta estaba impregnada de una gruesa capa oscura de una substancia<br />
ligeramente pegajosa.<br />
En realidad la substancia era una droga que producía inconsciencia. ¡Pobre<br />
de aquel a quien tocase Ham con la punta del estoque!<br />
Con la punta del dedo el abogado tomó un poquito y la aplicó a la lengua<br />
del desmayado bombero. En pequeña dosis, la droga era un estimulante;<br />
administrada en cantidad producía la inconsciencia. El bombero revivió casi<br />
al instante.<br />
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