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En la torre telescópica estaba pintado el nombre del submarino: «Helldiver».
Era, probablemente, el mejor construido de la época. Puede decirse que
apenas existía la torre telescópica, y de popa a proa corrían grandes y
resistentes correderas de acero.
Como que el «Helldiver» habíase construido para una excursión realizada
bajo los hielos polares.
Doc y sus ayudantes habían, corrido por lo menos dos aventuras a bordo
del submarino. La primera bajo el hielo del Polo; La segunda bajo las aguas
de un río y en una ciudad fantasmagórica del desierto de Arabia.
Pasada la excursión a dicho punto del globo no había vuelto a utilizarse el
submarino; sin embargo, se conservaba perfectamente engrasado, con los
tanques llenos. Siempre estaba dispuesto a prestar servicio sin pérdida de
momento.
-Llevad a bordo las cajas-ordenó Doc.
Mac Coy se humedeció los delicados labios con la lengua.
-¿Vamos... vamos a hundirnos bajo el agua?-preguntó.
Doc le dirigió una mirada penetrante.
-¿Le desagrada la idea?
Mac Coy irguió los robustos hombros.
-¡Hombre! Jamás he viajado así-confesó-. Pero lo haré ahora. Debo a mi
honor una reparación y quiero contribuir a la captura de ese demonio de
Gardner.
Doc miró a Pace.
-¿Y usted?
Pace se estremeció.
-No me gusta mucho. Mejor quisiera quedarme en tierra. Sí, señor-agregó,
con un nuevo estremecimiento:-lo prefiero. No me agradan esos peces de
hierro.
Pero entonces sorprendió una mirada de Monk. Los ojos del químico eran
pequeños y de ordinario tenían una expresión agradable, pero ahora Monk
estaba pensando que Pace había salido a buscar cigarrillos mientras él y Doc
se hallaban en mitad de la bahía buscando la misteriosa caja de metal.
Pace comenzó a temblar de nuevo.
-Pensándolo bien, me agradaría acompañarles-manifestó, atragantándose-.
Sí; después de bien pensado...
Seguido por sus cuatro compañeros, penetró Doc en el cuarto de
máquinas.
Equipado de modo que un solo hombre pudiera manejarlo en caso
necesario, el submarino tenía reunidos en un solo departamento todos los
mandos.
La profundidad era poca, escasamente veinte pies, y el periscopio asomaba
por encima de las aguas, pero Doc dio vueltas a una rueda y el cigarro de
acero se hundió lentamente.
AL contacto de un botón se hundió el periscopio en su caja.
Pace se humedeció los labios, apretó los puños y exclamó, con voz
insegura;
-¡Pero estamos en la bahía de Nueva York! ¡No vaya un barco a echarnos a
pique!
Monk observó, con plácida expresión;
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