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-Mi intuición femenina me dice-manifestó al bandido-, que sería<br />

conveniente que renunciarais a vuestros planes del momento y corrierais a<br />

refugiaros en... en Tombuctú, pongo por caso.<br />

-Tu intuición debe decirte, ahora, que debes cerrar el pico-replicó el<br />

“gangster”, acercando a su rostro el revólver.<br />

-¡Basta de conversación!-ordenó el otro “gangster”, que atentamente<br />

examinaba los aparatos telefónicos colocados sobre la mesa del despacho. Al<br />

cabo, tomó el auricular de uno de ellos, le sostuvo un momento en el aire,<br />

marcó la llamada y pareció satisfecho del resultado obtenido.<br />

-Envíe a la señorita Zane al despacho de la señorita Savage-pidió a la<br />

persona que contestó a su llamada. Luego, mientras dejaba el auricular,<br />

miró ceñudo a Patricia.<br />

-Esperemos que esta vez salga bien lo que nos hemos propuesto o de lo<br />

contrario...-dijo en son de amenaza.<br />

Por suerte el plan se desarrolló a gusto de los dos “gangsters”. Muy<br />

<strong>com</strong>puesta, atractiva, y sin el menor recelo, entró Lorna en el despacho con<br />

paso ligero. Las empleadas de Pat habían hecho de ella un reclamo de la<br />

casa.<br />

Los dos hombres se colocaron, al punto, a su lado, apuntando con los<br />

revólveres.<br />

-¡Sé prudente, hija mía! - le advirtió uno de ellos.<br />

Lorna miró a uno, luego a otro, luego a Pat.<br />

-Lamento lo que sucede-dijo ésta-. Mas no he podido evitarlo.<br />

-También podría yo gritar-dijo Lorna, con acento sombrío-. Pero entonces<br />

moriríamos las dos.<br />

-Puedes estar segura de que así sucedería-le dijeron.<br />

-Ahora, saldréis en nuestra <strong>com</strong>pañía a la calle por la puerta de serviciodispuso<br />

el segundo Cráneo Plateado.<br />

Lorna no se movió. Contemplaba con mirada intrépida a las dos siniestras<br />

figuras de los enmascarados.<br />

-¿Qué queréis de mí? ¿Por qué tratasteis de asesinarme en las oficinas del<br />

astillero?<br />

-Ya sabes la razón. No trates de enredarnos, hija mía.<br />

-No, de veras que no-insistió Lorna-. ¡Digo la verdad!<br />

Su acento vehemente pareció penetrar en los Corazones endurecidos de los<br />

dos hombres, convenciéndoles,<br />

-En ese caso, dinos: ¿has echado una ojeada a las impresiones?<br />

-¿De cuáles me hablan? ¿De las heliográficas robadas a la caja de caudales<br />

de las oficinas?<br />

Eso es. ¿Las conoces?<br />

-No, no las conozco.<br />

El Cráneo Platearlo dejó escapar un leve silbido de asombro.<br />

-¡Que me aspen si no le creo!-exclamó. Y adoptó un aire pensativo.<br />

El segundo Cráneo Plateado prorrumpió en una estridente carcajada.<br />

-Creo adivinar lo que ha pasado-dijo a su <strong>com</strong>pañero-. Recordarás el<br />

diálogo entablado por teléfono entre el jefe y el señor Winthrop y cómo el<br />

primero amenazó de muerte al segundo, ¿no es eso? Pues bien: la amenaza<br />

amedentró a Winthrop. Dijo al jefe que «la dama», aquí presente, conocía la<br />

existencia e historia de las impresiones que entregaría a la Policía en el caso<br />

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