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El hombre de bronce siguió el rastro que ellas le proporcionaban, poco a
poco, fue tornándose más impreciso. Era que al andar se habían ido
desprendiendo los polvos de las suelas de los zapatos de los bandidos.
Así y todo le llevó hasta los bajos.
El suelo era de hormigón. Un gran horno, veíase adosado en uno de sus
ángulos y en torno a él se extendían, semejantes a los tentáculos de un
enorme cefalópodo, gruesas tuberías. Junto a ellas distinguió Doc cajas, una
lata llena de carbón y diversos barriles.
Las huellas luminosas le llevaron junto a una de aquéllas que estaba
arrimada a la pared.
-Haceos atrás-recomendó el hombre de bronce a Ham y Pace, que le habían
seguido; y movió el barril.
De momento pareció que se hallaba colocado sobre terreno sólido, mas una
ojeada, atenta les descubrió un boquete circular cuyos contornos
disimulaban las señales dejadas en el suelo por el fondo del barril.
Sirviéndose del tacón del zapato, oprimió Doc la cubierta del boquete hasta
que, inesperadamente, se levantó y saltó como un muelle, descubriendo una
cavidad tan negro que parecía un pozo lleno de tinta.
El haz luminoso de la lámpara de bolsillo llenó de luz la habitación que
había detrás y la escalera de descenso. Suelo y paredes del piso subterráneo
estaban revestidos de ladrillo.
En él había una mesa, sillas, perchas, de las cuales perdían trajes da plata
en abundancia, cajas abiertas llenas de proyectiles y otras llenas de armas y
de granadas de mano.
Mas tampoco se encontraban allí Los Cráneos Plateados.
Tras de asegurarse que no iba a caer en un lazo, descendió Savage la
escala.
De la percha había colgados, aparte, cuatro monos plateados que era
evidente se habían dejado allí apresuradamente, Doc los levantó, lleno de
curiosidad.
Una estaba manchada de sangre, fresca todavía.
-Sin duda pertenece al individuo herido por Monk en la pierna-decidió.
Y permaneció enfrascado en la contemplación de aquellos trajes.
Arriba, Monk descansaba, ora sobre un pie, ora sobre otro, mientras
vigilaba la puerta encomendada a su cuidado. Suponía que abajo se habría
entrado ya en acción y sufría por tener que permanecer inactivo.
Sus ojos escudriñaban el callejón, aplicó el oído, retrocedió hasta la
escalera del bajo y tornó a escuchar.
Ningún ruido salía de los bajos de la casa. Pero lo que sorprendió fue un
leve rumor originado al otro lado de la puerta vigilada por Mac Coy.
Monk titubeó.
-¡Mac Coy!-llamó, muy quedo.
No obtuvo respuesta. Con la ametralladora empuñada, se acercó a la
puerta.
Mac Coy debía estar al otro lado; sin embargo, no estaba. Monk recorrió de
una ojeada la parte visible de la calle.
Transcurrieron unos segundos antes de que vislumbrara, un objeto borroso
que se alejaba del club al amparo de la sombra proyectada por el edificio.
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