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Doc respiró todo el aire que podían contener sus pulmones sin estallar; a<br />

continuación se quitó los «pulmones» artificiales y los ató a la cadena del<br />

áncora mediante las correas que mantenían sujeto a su espalda el aparato<br />

purificador de aire.<br />

Esto era por vía de precaución. Para el caso de que si al llegar a bordo se<br />

hacia fuego sobre él y tenía que apelar a la fuga, para no volver a subir,<br />

creyeran Los Cráneos Plateados que había muerto otra vez.<br />

Entonces él cogería de nuevo los «pulmones» y antes de sumergirse bajo las<br />

aguas, se los pondría.<br />

La cadena del áncora corría por el lado opuesto a aquel donde estaba unido<br />

el submarino al casco del buque, hecho afortunado para Doc.<br />

Así y todo salió con toda precaución a la superficie, manteniéndose a la<br />

sombra de la cadena del áncora, cuyos eslabones eran suficientemente<br />

grandes para ocultarle parcialmente la cabeza. Una vez entre ellos levantó la<br />

vista.<br />

El buque era desastroso; un casco viejo y mohoso de unos miles de<br />

toneladas, similar, por las trazas, a los que hacían el contrabando de licores<br />

en la época de la prohibición. Y que sin duda continuaba el contrabando de<br />

otro modo fuera de la jurisdicción de los guardacostas.<br />

Desde luego necesitaba una buena mano de pintura; los dorados de<br />

cubierta estaban muy sucios y tenía la única chimenea torcida a un lado.<br />

Doc divisó la chimenea, al llegar junto al áncora y elevarse hasta cubierta<br />

con sólo el esfuerzo de sus brazos musculosos.<br />

El buque tenía también dos puestos destinados al vigía allá en lo alto de los<br />

palos, que le parecieron sospechosos por demás y en cada uno vió al vigía<br />

correspondiente.<br />

Doc les miró atentamente. Examinaban el horizonte con los prismáticos y<br />

luego prestaron atención a sus camaradas que ascendían del interior del<br />

submarino por la escotilla.<br />

Fue mientras miraban en dirección del submarino cuando Doc franqueó la<br />

borda de un salto, se lanzó sobre la escotilla más próxima que vió abierta y<br />

descendió por ella rápidamente.<br />

Nadie le vió porque había conmoción a popa, a lo largo de la borda.<br />

La conmoción era obra de Monk. El simiesco químico creía todavía muerto<br />

a Doc; el hecho le había atontado de momento, mas ahora se sacudía de<br />

aquel letargo mortal.<br />

Sudando, jadeante, llegó a la altura de la borda; le habían obligado a nadar<br />

hasta la superficie desde la escotilla sin el beneficio de un traje impermeable<br />

y estaba loco de furor. Por ello lanzó un directo a la barbilla que tenía más<br />

cerca. El hueso de aquella barbilla crujió bajo su puño cerrado.<br />

Al propio tiempo cayó hacia atrás el hombre a quien había tocado.<br />

Alguien trató de golpearle a su vez la dura cabeza con la culata de un<br />

revólver, Monk asió aquel brazo armado y trató de retorcerlo, pero Los<br />

Cráneos Plateados acudieron a ayudar a su <strong>com</strong>pañero y le hicieron<br />

retroceder. Después se apoderaron de él y le esposaron.<br />

Cuando Ham apareció, él y Monk fueron llevados abajo.<br />

No vieron ni a Hugo Mac Coy ni a «Rapid» Pace. Les habían perdido de vista<br />

cuando la catástrofe del «Helldiver».<br />

-Yo me pregunto si viven -gruñó Monk.<br />

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