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encima. Era un flexible y resistente cordón de seda al extremo del cual iba<br />

unido un garfio plegable.<br />

Enganchado al borde exterior del alféizar de la ventana, el garfio soportó el<br />

peso de su cuerpo, mientras descendía por el cordón de seda.<br />

A la izquierda del punto donde tocó tierra había otra ventana y miró por<br />

ella al recibimiento.<br />

El cristal de la ventana estaba sucio.<br />

La oscuridad y la niebla contribuían a dificultar su visión. Por fortuna logró<br />

descubrir un punto menos empañado en el cristal y sus pupilas<br />

escudriñaron el recibimiento.<br />

En él descubrió un pequeño automático del calibre veinticinco que sostenía<br />

una manecita calzada con un guante de piel de Suecia.<br />

Doc sacó el pañuelo, la plegó y extendió sobre los nudillos de su diestra sin<br />

envolverlos para no dificultar el movimiento de los dedos. A continuación<br />

golpeó el cristal. El cristal se rompió.<br />

El pañuelo le protegía los nudillos; sin embargo, no impidió que introdujera<br />

la mano por la ventana, y asiera la diestra que empuñaba el revólver.<br />

La tela de la manga se hinchó sobre su brazo al efectuar la operación, y en<br />

la pieza sonó un alarido. El automático se cayó de la manecita<br />

insensibilizada por efecto de la presión ejercida sobre ella.<br />

Doc acabó de romper el cristal, buscó y alzó la falleba; soltó a su víctima el<br />

tiempo justo para alzar el bastidor de la ventana y penetrar en el<br />

recibimiento.<br />

Halló a su víctima buscando a cuatro pies el automático. Doc lo apartó con<br />

el pie.<br />

La mujer no se había dado cuenta del todo de que lo era hasta después de<br />

haberle arrancado el revólver - levantó la vista y exclamó, irritada:<br />

-¡Máteme de una vez! ¿No es eso lo que pretende?<br />

Era una joven realmente encantadora.<br />

Doc examinó a la bella de una sola ojeada indiferente y enseguida miró al<br />

suelo.<br />

Sobre sus planchas de madera distinguió diminutas partículas similares a<br />

simientes de trébol. Aquéllas estaban tal y <strong>com</strong>o él las había dejado...<br />

excepto en cuatro puntos distintos. En ellos estaba el suelo chamuscado<br />

<strong>com</strong>o si se hubieran disparado cohetes desde su nivel.<br />

La hechicera desconocida se puso en pie, pisó, sin querer, una de las<br />

simientes y sonó una detonación estrepitosa. Ella dio un bote y miró a Doc<br />

con ojos centelleantes.<br />

-¿Qué quiere decir esto? - interrogó, arreglándose el cabello.<br />

-No se alarme. Se trata, de una precaución que he adoptado para saber si<br />

me siguen los pasos-explicó el hombre de bronce.<br />

La desconocida se retocaba el peinado jadeando. De pronto apuntó con el<br />

brazo tendido a Doc.<br />

Su diestra empuñaba un revólver gemelo del que acababa de arrancarle el<br />

hombre de bronce.<br />

El brazo apuntaba, a un botón de su chaleco. La manga subida por cl<br />

movimiento dejaba, ver el dorado reloj de pulsera. Desde su sitio, y no<br />

obstante ser tan ligero, oyó Doc el tic-tac del cronómetro.<br />

-Va a <strong>com</strong>eter usted un error-advirtió a la bella.<br />

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