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Número 99 - Biblioteca Digital del CONEVyT

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de un niño inteligente de seis años.<br />

Por la escena de la educación cruzan y recruzan los métodos para<br />

enseñar a leer como partiquinos de una comedia. Se dice que cada uno va a<br />

ser la solución final <strong>del</strong> problema de enseñar a leer; pero todos ellos<br />

ceden su lugar a un nuevo descubrimiento. La verdad es que todos ellos<br />

carecen de lo esencial en todo método bien basado, es decir, de relación<br />

con las necesidades mentales <strong>del</strong> niño. No hay artificio para enseñar a<br />

leer que pueda satisfacer esta necesidad. Lo único que puede servir es un<br />

motivo nuevo: poner al niño en relación vital con el material de lectura.<br />

Es evidente que esta condición no se puede cumplir si no se pospone la<br />

enseñanza hasta el momento en que el apetito intelectual <strong>del</strong> niño está<br />

más conscientemente activo y cuando tiene suficiente madurez para manejar<br />

rápida y eficientemente las dificultades formales y mecánicas.<br />

El ejercicio interminable con sus innumerables repeticiones, es otra<br />

muestra <strong>del</strong> mismo mal. Aun cuando se trate de seleccionar materiales de<br />

cierto valor literario o histórico propio, el resultado práctico es el<br />

mismo que el de tratar de hacer <strong>del</strong> Paraíso perdido la base <strong>del</strong> análisis<br />

gramatical y de la Guerra de Galia de César la introducción a la sintaxis<br />

latina. Se da tanta atención al aspecto formal que se esfuma el valor<br />

espiritual de la obra. Es imposible calcular el efecto embrutecedor y<br />

endurecedor de este ejercicio continuo sobre la mera forma. Otro mal aun<br />

más serio es el vacío mental consecuente que se induce. Se barre y se<br />

adorna la habitación que es la mente, pero nada más. El resultado moral<br />

es más deplorable todavía que el intelectual. En este período plástico,<br />

cuando las imágenes que se apoderan de la mente tienen una fuerza motora<br />

tan sugestiva, no se dan más que las cáscaras de las cosas. En las<br />

circunstancias actuales nuestras escuelas están haciendo grandes<br />

esfuerzos para la educación moral de los niños; pero todo lo que se haga<br />

será perjudicial necesariamente hasta que el maestro esté en completa<br />

libertad para encontrar los materiales de instrucción de los primeros<br />

años escolares en algo que tenga valor intrínseco: algo cuya introducción<br />

en la conciencia sea tan vital que llegue a ser personal y<br />

reconstructivo.<br />

Debiera ser evidente que todo esto no es un ataque de filisteo contra<br />

los libros y la lectura. El problema no es cómo librarse de ellos, sino<br />

cómo sacarles su valor; cómo emplearlos en toda su capacidad como<br />

servidores de la vida moral e intelectual. Me parece una perversión que<br />

se dé a la enseñanza de la lectura el predominio en los primeros años de<br />

la vida escolar por la gran importancia que tiene la literatura.<br />

Precisamente porque la literatura tiene tanta importancia es deseable<br />

posponer la entrada <strong>del</strong> niño en el lenguaje escrito hasta que pueda<br />

apreciar y manejar su sentido auténtico. Pero el niño aprende la lectura<br />

como herramienta mecánica y obtiene muy pequeño concepto de lo que vale<br />

la pena leer. El resultado es que, después de que ha dominado el arte y<br />

desea emplearlo, no tiene un patrón por el que dirigirse. Tiene tantas<br />

probabilidades de emplearlo en una forma como en otra cualquiera. Sería<br />

injusto no reconocer el empeño, y el éxito relativo, con que los maestros<br />

se han dedicado en los últimos diez o quince años a levantar el tono<br />

general de las lecturas de sus alumnos. Pero están luchando con gran<br />

desventaja. Nuestro ideal debiera ser que el niño sienta un interés<br />

personal por lo que lee, un hambre personal de hacerlo y la capacidad<br />

personal suficiente para satisfacer su apetito. La realización adecuada<br />

de este ideal es imposible hasta que el niño llegue al material de<br />

lectura con un cierto fondo de experiencia, que le haga apreciar la

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