Número 99 - Biblioteca Digital del CONEVyT
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diferencia entre lo trivial, lo meramente divertido o intrigante, y lo<br />
que tiene verdaderamente un valor permanente y serio. Y esto es imposible<br />
mientras no se ejercite al niño en el hábito de tratar con materiales que<br />
están fuera de su libro y haya formado, con el contacto con las<br />
realidades de la experiencia, el hábito de reconocer y tratar los<br />
problemas en forma directa y personal. El aislamiento de los materiales<br />
que se encuentran en los libros de los materiales que el niño encuentra<br />
realmente en su experiencia —el forzar los primeros<br />
en el niño antes de que posea una capacidad bien organizada para<br />
manejarlos— es un divorcio antinatural, que no puede tener más resultado<br />
que la adopción de patrones de apreciación deficientes y la tendencia a<br />
elevar lo sensacional y lo transitoriamente interesante por encima de lo<br />
valioso y permanente.<br />
Hay dos resultados de nuestros métodos equivocados que aparecen tan<br />
patentes en la educación superior que merecen mención especial. Se los ve<br />
en la paradoja de que los alumnos padecen de una combinación de<br />
dependencia servil de los libros y de la incapacidad de emplearlos<br />
eficientemente. Todos los maestros dedicados a la enseñanza de las<br />
ciencias en nuestros colegios de segunda enseñanza, y aún en las<br />
universidades, pueden quejarse, con Agassiz, de que los estudiantes son<br />
incapaces de ver por sí mismos. Por ejemplo, la mayoría de los profesores<br />
pueden afirmar que cuando se dice a los estudiantes que busquen algo<br />
sobre algún objeto, lo primero que piden es un libro en que puedan<br />
leerlo, y su primera reacción es de desconcierto cuando se les dice que<br />
deben ir al objeto mismo y encontrar en él lo que buscan. No se exagera<br />
al afirmar que el hábito <strong>del</strong> libro se ha fijado en tal forma que muchos<br />
estudiantes, inteligentes por otra parte, sienten verdadera aversión por<br />
dedicar su atención a las cosas mismas; les parece mucho más fácil llenar<br />
su mente con lo que otra persona ha dicho sobre ellas. Es una estupidez<br />
no emplear juiciosamente los descubrimientos de otros, pero reemplazar el<br />
uso de los ojos por lo que otros han visto es un principio tan<br />
contradictorio en sí que no necesita crítica. Lo único que necesitamos es<br />
ver lo que se puede obtener con ello.<br />
Por otra parte nos encontramos con que los estudiantes son relativamente<br />
incapaces de emplear económicamente esas mismas herramientas —<br />
los libros— a las que se han dirigido todas sus energías. Es experiencia<br />
frecuente que, no sólo los estudiantes universitarios, sino también<br />
aquellos que se preparan ya para títulos especializados, tengan que<br />
dedicar gran parte de su tiempo y energía a aprender a usar los libros.<br />
Hacer un resumen adecuado y condensado <strong>del</strong> contenido de un libro es tanto<br />
un ejercicio de pensamiento como de lectura. La mayoría de los<br />
estudiantes, por avanzados que estén, tienen que volver a aprender el<br />
arte de seleccionar varios libros que traten sobre un tema determinado,<br />
elegir de ellos lo que necesitan y ver en ellos lo característico <strong>del</strong><br />
autor y lo que tiene importancia para su problema. Si esto es así, —y sin<br />
embargo la nota dominante de toda su educación anterior ha sido la<br />
atención a los libros— nos creemos con derecho a preguntar si no habrá<br />
algo radicalmente incorrecto en la forma en que se emplearon los libros.<br />
Es una verdad trillada decir que el valor de los libros está en su<br />
relación con la vida, en la agudeza y amplitud que dan a la capacidad de<br />
interpretación y penetración. Pero no lo es afirmar que el empleo<br />
prematuro y no relacionado de los libros estorba. Nuestros medios<br />
destruyen el mismo fin al que se destinan.<br />
Una palabra ahora sobre los males que se originan de todo esto. Hemos