Untitled - Fundación César Manrique
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una bellísima muchacha que sale del agua y se tumba junto a él. Sin mediar<br />
una sola palabra, envuelto en el vaivén ronroneante de las olas, unta de crema<br />
la espalda esbelta y bronceada de su acompañante.<br />
Roland Barthes escribe sobre su experiencia como espectador de cine y<br />
denomina a la película “festival de los afectos”. Dice:“en este trabajo invisible<br />
de los afectos posibles, el espectador podría hacer suya la divisa del gusano<br />
de seda: (…) justamente porque estoy encerrado trabajo y brillo con todo<br />
mi deseo” 1 . En su reflexión, el ensayista francés, como dirigiendo uno de esos<br />
potentes focos de luz blanca para grandes espectáculos, alumbra vínculos<br />
entre cine y turismo al describir la sala de cine como una “exigua playa” 2 .Y<br />
es que si el sol constituye el reclamo turístico por antonomasia, la pantalla<br />
de cine es también un sol artificial de luz reflejada que ilumina los rostros de<br />
los espectadores y los envuelve —también— en un halo de hechizo y ensoñación.<br />
En la hamaca de una playa, bajo la luz cegadora del astro rey, siete<br />
días al año, nos escapamos, abriendo y relajando nuestros cuerpos; en la<br />
butaca de la sala, durante hora y media, nos agazapamos, nos enrollamos y<br />
desplegamos bajo el reflejo hipnotizante de la pantalla.<br />
Turistas y espectadores, todos tendidos al sol. Pero ¿solamente sueño o<br />
también pesadilla? Ambas cosas. Las experiencias turística y cinematográfica<br />
son estrechos paréntesis de solaz, retornos de felicidad en la desasosegante<br />
cuenta atrás de la vida, y por ello reencuentros idealizados, fantasiosos, evasivos,<br />
con el pesar que nos causa lo perdido, o siquiera lo nunca tenido.<br />
Nostalgia: sentimiento mate y doloroso como un dardo certero, íntimo e<br />
incurable. Sufrimiento sin recuerdo, porque lo que buscamos sabemos que no<br />
está ubicado en ningún sitio, por eso la pérdida no la recuperaremos nunca.<br />
Esposados transmite perfectamente esta idea en la secuencia mencionada.<br />
Antonio no es un turista, solamente lo soñaba. Ni siquiera tiene empleo, pero<br />
sí una esposa —Concha (Anabel Alonso)— que le despierta al tormento de su<br />
rutina con bofetones en la cara y planchas ardientes en los pies. Por eso ha<br />
decidido asesinarla ahora que el matrimonio ha obtenido el premio gordo de<br />
la lotería, después huirá a una playa del Brasil donde untará la espalda de una<br />
deslumbrante jovencita que lo buscará con la mirada cuando salga del agua…<br />
Pero el sueño de Antonio se tuerce: un error fatal en el último momento lo<br />
coloca con el cadáver de Concha en brazos frente a un batallón de policías.<br />
1 BARTHES, Roland: Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces, Barcelona, Paidós, 1986, p. 351.<br />
2 Op. cit., p. 353.<br />
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