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te odiare hasta que te quiera

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<strong>que</strong> le ilumina la cara me da escalofríos.<br />

—Perdona, ¿cuál era la pregunta? —dice Megan, tan educada como<br />

siempre, pero se le nota <strong>que</strong> le cuesta respirar y está aturullada.<br />

¡Le gusta Alex! Aleluya. Beth y yo in<strong>te</strong>rcambiamos una mirada triunfal<br />

y seguimos observando el devenir de los acon<strong>te</strong>cimientos.<br />

Alex está fuera de juego. Ahora resulta <strong>que</strong> la chica <strong>que</strong> lleva toda la<br />

semana ignorándolo de repen<strong>te</strong> le hace caso. Al principio se pone un poco<br />

nervioso, pero enseguida le regala una de sus sonrisas marca de la casa y<br />

Megan cae rendida a sus pies. Los demás observamos en silencio mientras<br />

él ton<strong>te</strong>a descaradamen<strong>te</strong> y ella responde con monosílabos. Es todo tan<br />

entrañable <strong>que</strong> me ape<strong>te</strong>ce estrujarles los carrillos y luego acompañarlos<br />

<strong>hasta</strong> el altar.<br />

De pronto, suena la campana <strong>que</strong> señala el fin de la comida y los<br />

hipnóticos ojos azules de Cole se concentran en mí. Alex acompaña a<br />

Megan a clase y Beth se marcha hacia el otro extremo del instituto, <strong>que</strong> es<br />

donde tiene la suya. Yo pre<strong>te</strong>ndo seguir ignorando a Cole un ratito más,<br />

así <strong>que</strong> in<strong>te</strong>nto escaparme an<strong>te</strong>s de <strong>que</strong> me pille, pero es como un<br />

depredador <strong>que</strong> vuela en círculos sobre mí esperando el momento<br />

perfecto para atacar.<br />

—Entonces qué, ¿no piensas hablar conmigo?<br />

Se pone delan<strong>te</strong> de mí y me impide el paso. El comedor empieza a<br />

vaciarse lentamen<strong>te</strong> a medida <strong>que</strong> los alumnos se dirigen a sus respectivas<br />

clases. Yo no <strong>te</strong>ngo prisa, <strong>te</strong>ngo una hora libre, pero algo me dice <strong>que</strong><br />

debería salir corriendo si quiero vivir para contarlo.<br />

In<strong>te</strong>nto esquivarlo, pero su cuerpo me blo<strong>que</strong>a el camino. Un dedo<br />

colocado debajo de mi barbilla me obliga a levantar la cabeza y a mirarlo<br />

a los ojos. Madre mía, qué vistas. Tiene los ojos más bonitos <strong>que</strong> he visto<br />

en mi vida, de un azul hipnotizador, casi capaz de convertir<strong>te</strong> en gelatina.<br />

—¿Te vas a <strong>que</strong>dar ahí sin hacer nada mientras yo <strong>te</strong> hago esto?<br />

Sin apartar los ojos de los míos, apoya una mano en mi cadera y con el<br />

pulgar me acaricia la estrecha franja de piel <strong>que</strong> <strong>que</strong>da al aire libre por<br />

debajo de la camiseta. La cafe<strong>te</strong>ría está prácticamen<strong>te</strong> vacía, pero veo <strong>que</strong><br />

la gen<strong>te</strong> nos observa con curiosidad mientras se dirigen hacia la puerta.<br />

Bueno, «nos observa» quizá se <strong>que</strong>da corto. Veo mandíbulas<br />

desencajadas y ojos saliéndose de las cuencas entre los <strong>que</strong> nos miran sin<br />

disimulo. La mayoría de ellos se han <strong>que</strong>dado pegados al suelo, pero en<br />

cuanto se dan cuenta de <strong>que</strong> nadie se va a desnudar, tienen la decencia de

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