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te odiare hasta que te quiera

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dirigiera la palabra y, de pronto, todo el vocabulario se esfuma de su<br />

cabeza y empieza a balbucear frases inconexas mientras in<strong>te</strong>nta construir<br />

una <strong>que</strong> <strong>te</strong>nga sentido de verdad. Es lo <strong>que</strong> yo llamo estar al-Cole-izado,<br />

con ce mayúscula, claro.<br />

—Pues... es <strong>que</strong> ella... es... quiero decir...<br />

A Beth se le escapa la risa y se quita los auriculares.<br />

—Lo <strong>que</strong> Megan in<strong>te</strong>nta decir con tanta elocuencia es <strong>que</strong> somos parias<br />

sociales. Si Nicole nos ve en una fiesta, se volverá loca. Si <strong>te</strong> digo la<br />

verdad, a mí me importa un bledo su mala leche, pero estas dos están<br />

demasiado cagadas para plantarle cara.<br />

Cole parece impresionado por la respuesta de Beth, <strong>que</strong> vuelve a<br />

ponerse sus auriculares Skull Candy y sigue ignorándonos como <strong>hasta</strong><br />

ahora. Sin embargo, la mirada de sorpresa de Cole es rápidamen<strong>te</strong><br />

sustituida por algo <strong>que</strong> parece rabia, sobre todo cuando veo <strong>que</strong> cierra los<br />

puños.<br />

—¿Cuánto tiempo lleva haciéndoos eso? —pregunta, incapaz de<br />

disimular el cabreo, y me <strong>que</strong>do de piedra al ver su reacción.<br />

¿No debería alegrarse de <strong>que</strong>, en su ausencia, alguien se tomara la<br />

molestia de perpetuar su misión?<br />

—Da igual —respondo, in<strong>te</strong>ntando <strong>que</strong> se tranquilice.<br />

Estamos llamando la a<strong>te</strong>nción y empiezo a experimentar la misma<br />

sensación de siempre en la boca del estómago. Ahora más <strong>que</strong> nunca, me<br />

gustaría ser otra persona, cual<strong>quiera</strong>, aun<strong>que</strong> sea una niña de nombre<br />

North West. Sin embargo, me siento prisionera de la in<strong>te</strong>nsa mirada de<br />

Cole. Sus ojos me mantienen inmóvil mientras se clavan sin piedad en los<br />

míos. Está buscando respuestas <strong>que</strong> seguramen<strong>te</strong> preferiría no saber.<br />

—¿Cuánto tiempo? —repi<strong>te</strong>, y esta vez no hay lugar a dudas: quiere una<br />

respuesta clara.<br />

Me hundo en la silla y evito su mirada. ¿Qué piensa hacer cuando<br />

descubra <strong>que</strong> mi vida es mucho peor ahora <strong>que</strong> an<strong>te</strong>s de <strong>que</strong> se marchara?<br />

¿Me <strong>te</strong>ndrá lástima? ¿Se sentirá culpable por machacarme sin descanso<br />

desde <strong>que</strong> era una niña <strong>hasta</strong> los quince años? No sé por qué, pero no es lo<br />

<strong>que</strong> quiero. Quizá algún día se arrepienta de todas las veces <strong>que</strong> me ha<br />

humillado, pero no será por<strong>que</strong> yo me dedi<strong>que</strong> a darle pena.<br />

—Ya <strong>te</strong> he dicho <strong>que</strong> da igual, <strong>que</strong> ya me ocupo yo —replico,<br />

conscien<strong>te</strong> de <strong>que</strong> mis mejores amigas me observan a<strong>te</strong>ntamen<strong>te</strong>.<br />

—Ah, ¿sí? —dice él burlándose de mi respuesta—. Por<strong>que</strong>, por lo <strong>que</strong>

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