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R.HUAYNA INGÉNITO<br />
—¡Traigo la felicidad para ti! ¡La bienvenida, de los hijos de fuego!<br />
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!<br />
La llama, desaparece y en su lugar a dado lugar a un efebo.<br />
—Le agradezco seguirme —me dice.<br />
Mientras tanto el fuego solidifica un escenario pireo de formas<br />
reconocibles, un espejismo fantasmagórico e ingenioso con sendas por<br />
donde discurrir con calma. En un lugar incandescente suyo, crece un<br />
montículo y acaba reventando caliginosas bocanadas de gas. El lugar<br />
cambia de instante en instante empujada por pulsantes convulsiones internas:<br />
excusa hirvientes interiores. Lacónicamente nuestra presencia<br />
queda imprimida en la inestabilidad del suelo. La explosión de otro montículo<br />
deja abierto un agujero expansivo. ¡Sorpresa!: este agujero adquiere<br />
las proporciones de un compartimiento esférico en el que espera<br />
una dama.<br />
—¡Maravillosa! —musito para mí, al mirarla.<br />
Sonríe su inocencia. Ella protege el fuego que arde sobre una plataforma<br />
cúbica a sus espaldas: el fuego del fuego. Ella protege los lúmenes<br />
sonoros que salen por el lugar en oleadas cambiantes de calor. Ella protege<br />
el fuego que en estos momentos empieza a chisporrotear, permitiendo<br />
que cada una de las chispas se apague y transforme en atléticos mozos<br />
y beldades nubiles. Ella los ve danzar alrededor de Agni: el regente<br />
del fuego que ha tomado figura humana, en última instancia, precedido<br />
por una llamarada inmaculada.<br />
El compartimiento esférico crece sin control hasta explotar como<br />
una gran burbuja. Con él, el fuego ha saltado inflamado hacía lo alto, con<br />
el aspecto de un hongo incontrolable; y en el infinito para desvanecerse,<br />
origina una espectacular lluvia de estrellas errantes.<br />
—Bonito ¿verdad? —dice la protectora del fuego.<br />
—¡Bellísimo! —exclamo, sin ser exacto.<br />
—A nosotros también nos sorprende —añade.<br />
Las salamadras masculinos y femeninas giran con la armonía de<br />
los cuerpos celestes. Una danza donde las leyes naturales y las trascendentes<br />
se tornan comprensibles para lo común. Son como astros cintillando<br />
el amor purificador del fuego.<br />
Más tarde, no tanto, ¡advierto que estoy poco menos que convertido<br />
en una tea! Fuliginoso y humeante, pronto a encenderme; mientras<br />
las flamas hesitan en brotar, el balet con su abstracto vértigo empieza a<br />
rodearme. Ardo después de una explosión apagada consumiéndome<br />
como un leño... ¡mis entrañas duelen! ¡Oh, el dolor se hace insoportable!<br />
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