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––¡Pase!<br />
Es una ópera trascendental y lo dicho es el resumen de todo un<br />
relato maravilloso. No oigo esa música con mis oídos comunes, resuena<br />
en mi encéfalo, en mi corazón, en mi ser. ¡Es lenguaje telepático!<br />
Ingreso y al hacerlo bajo mis pies surgen cristalinas baldosas. El<br />
limpio perfume atmosférico es propio de la honestidad y de la sinceridad.<br />
Veo al ser que me cedió el pase; viste inmaculada túnica blanca y<br />
sandalias también blancas; tiene el rostro expresivamente sereno, ojos<br />
de mirar profundo, nariz delgada y boca severa; cabello blanco y corto.<br />
Ese rostro de miles de años y sin arrugas no me es desconocido, sé que<br />
lo vi antes, que lo traté...<br />
El vaporoso ser me invita a seguir adelante; su ademán lo dice todo.<br />
Lo hago caminando sobre baldosas ingrávidas. A medida que voy avanzando,<br />
un templo, se va materializando en torno a mí: es una gran burbuja<br />
suspendida en el espacio y yo soy un diminuto punto en su interior acercándome<br />
al Sumun del templo. Allí adentro, en sendos asientos que levitan<br />
sobre el piso, una pareja sagrada me espera, Él y Ella. Él, de edad indefinible,<br />
con la apariencia de mancebo y rasgos fisonómicos agradables,<br />
los singular aquí en este lugar sagrado es el cabello corto y blanco de los<br />
varones; me mira profundamente. Ella, una belleza sin límites, ostenta<br />
una sonrisa mística desligada de los dogmas; su piel irradia el aroma de<br />
una luz profunda y sus ojos expresan amor purísimo. No, sus ademanes,<br />
sutilísimos, no manifiestan alegría, solamente felicidad. Sus cabellos son<br />
un poema de sedas celestiales. Ambos visten largas túnicas blancas y<br />
tienen la consistencia corporal semitransparente.<br />
—¡Volvemos a vernos! —me dice Él, amigable y cortés, cuando<br />
he llegado hasta la presencia de la sideral pareja—. Nos alegra bastante.<br />
Pero ¿donde está, Isis, tu novia?<br />
He quedado anonadado, más que sorprendido, ante esas declaraciones.<br />
Los rostros de ambos seres y sus voces, no me vienen con ningún<br />
recuerdo.<br />
—Comprendo, amigo mío —continúa—; lo olvidaste todo, inducido<br />
por manos y circunstancias que estas empezando a descubrir. Empiezas<br />
a recordar gracias a tu empeño perseverante: para llegar hasta este<br />
templo es necesario una voluntad singular. Te podemos ayudar muy poco,<br />
con lo que sabemos de ti. Pues, bien...<br />
Empieza un relato detallado y yo lo escucho con profundo interés.<br />
Me sirve para levantar el velo de mi amnesia mínimamente, pero es tan<br />
interesante e importante para mí. Barrunto con insipiencia el porque de<br />
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R.HUAYNA INGÉNITO