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R.HUAYNA INGÉNITO<br />
El ambiente se transforma, me parece anormal que haya cierta conmoción<br />
electrónica y sospecho por que. Adopto la frecuencia vibratoria<br />
de la obra maestra; me mimetizo sensiblemente dentro de la inspiración e<br />
intuición con que fue hecha. ¿Acaso, «La Vigilancia», sabe que escape<br />
de la trampa gravitacional?<br />
¡Maravilloso! Sin quererlo ingrese al universo interior de la escultura,<br />
a esas dimensiones internas con las que está construida. Y delante,<br />
mío, con consistencia idéntica a la onírica, se eleva una escalinata<br />
caracolando por el vacío; los peldaños de cristal transparente flotan<br />
ingrávidos en la oscuridad sideral, perdiéndose en la perspectiva del infinito<br />
cual teclas de piano esperando ser pulsadas. Un halo de luz se<br />
desprende de cada uno de los peldaños iluminando la noche de entorno.<br />
Me siento invitado a utilizar el primer escalón; cuando lo hago se inicia<br />
una excelsa sinfonía, ubicua. Sus notas, se alejan en la oscuridad, transformadas<br />
en palpitante luz cromática e iridiscente. Es inimaginable lo que<br />
presencio. Los demás escalones complementan sus sonidos, son la continuación<br />
cromática de la maestría sonora. ¿Cantaban así las divinidades<br />
ante la inocente infancia del infinito? Cada una de las fracciones<br />
infinitesimales de sonido trae un mensaje con fecha anterior al inicio de<br />
los días cósmicos.<br />
La inagotable espiral acompaña mi marcha hacía lo insondable; es<br />
inimaginable, hay que vivirlo. Es cuando la pavorosa inexistencia, viniendo<br />
de quién sabe donde, lo rodea todo para devorarlo. La escalinata es<br />
aspirada junto con la extasiante música, sumiéndose ambos en el silencio<br />
absoluto. Brutal, si existiera la nada, hasta esta se vaciaría en el terror<br />
absoluto; sí, comprendo que esto indica que he llegado al último peldaño.<br />
Estoy parado en una minúscula fracción de nada.<br />
Sin nada por delante, un paso más significaría caer en el precipicio<br />
del infinito, en la locura. Pero no es así. Doy el paso y de lo imposible<br />
surge una luz y dentro de esa luz se metamorfosea una puerta cóncava de<br />
fino cristal, una lente dimensional; la transparente pureza con la que está<br />
hecha es un obstáculo para poder mirar en su interior. Momentáneamente<br />
me detiene la reverencia que siento ante lo sagrado y sé que necesito<br />
de una contraseña para transponer ese misterioso umbral, hurgo dentro<br />
de mis recuerdos sin encontrar ninguno. Si mis recuerdos no funcionan,<br />
entonces, debo buscarla con mi intuición, eso hago y en un breve lapso<br />
de tiempo acude a mí una señal definible. Llamo por tres veces, conmoviendo<br />
el interior con los ecos de mis pensamientos, después de eso<br />
escucho una dulce ópera que me dice:<br />
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