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Por sobre el cráter aparecen grotescas formas reptilianas, como<br />
colosales fantasmas ocupan todo el cielo. Son verdaderas monstruosidades<br />
con rasgos humanoides y exacerban, asaz, la ambiental parodia<br />
de miedo, histeria y neurosis. Esos grotescos fantasmas infrahumanos e<br />
infraanimados, con el poder de poderosos huracanes, destrozan<br />
despiadadamente en pocos segundos todas las construcciones cupulares<br />
existentes y a sus habitantes. Como en toda hecatombe, siempre existen<br />
sobrevivientes; para estos uno de esos fantasmas atmosféricos se fragmenta<br />
en múltiples monstruos y al tener el tamaño de sus víctimas, utilizando<br />
zarpas, dientes, aguijones y demás armas naturales con certera<br />
eficacia, los aniquila.<br />
Una de esas aberraciones fantasmales persiguiendo a una de sus<br />
indefensas víctimas, se acerca hasta aquí, donde me encuentro<br />
semiescondido en las sombras. Me interpongo entre ambos... No me<br />
ven, ¡no se percatan de mi presencia! ¡Para ellos no existo!... Levanto<br />
uno de mis brazos, aunque me parece que es inútil, y descargo un violento<br />
golpe contra la escamosa garganta del agresor; espero el impacto...<br />
que nunca llega. El reptil-humanoide me atravesó como una exhalación;<br />
soy parte del ambiente que ellos respiran, invisible, y en esas condiciones<br />
nada puedo hacer.<br />
La destrucción es total. Nadie de los pacíficos individuos queda<br />
con vida, si alguna vez lo tuvieron, despedazados junto a los fragmentos<br />
de lo que fueron sus viviendas.<br />
Los monstruosos entes continúan buscando probables víctimas de<br />
manera automática hasta que empiezan a desaparecer. Se colapsa todo<br />
el mundo que se atrevieron a despedazar; espontáneamente se reduce<br />
comprimiéndose hasta alcanzar la pequeñez de un diminuto punto; y enseguida<br />
se dilata espantosamente lanzando todos sus componentes en<br />
todas las direcciones: explota acompañado de un sonido mortal.<br />
Me siento despedido por lo ignoto. Lo onírico me absorbe como<br />
queriéndome destruir. La pureza de la oscuridad aumenta como si alguien<br />
estuviera calibrándolo con unos aparatos ahítos de neurosis, intentando<br />
encontrar una noche ideal para sí. Y esa noche transcurre, no se<br />
cuan rápido, y amanece en torno mío.<br />
El nido está vacío. Un pequeño reptil huye llevándose una última<br />
porción de cascarón con algo de yema reventada. Desde cualquier parte<br />
la criatura afectada lamenta la desaparición de su descendencia.<br />
63<br />
R.HUAYNA INGÉNITO