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se comprime dentro de sí mismo, huyendo, hasta convertirse en una insignificancia<br />
microscópica. Así, pequeño se siente seguro y espera curioso.<br />
Pero no puede pasar inadvertido para mí.<br />
Hago audible para el monstruo, la inefable música de luz con que<br />
rodeé el edificio. El monstruo se expande al sentirse herido recobrando<br />
su tamaño y se estrella junto a sus alaridos contra la barrera de luz. No<br />
puede salvarlo y retrocede aterrorizado. Está acorralado y no encuentra<br />
otra solución que la de atacar con verdadera furia síquica. Su devastadora<br />
fuerza no puede afectarme, es débil. Pero, aún así, exige firmeza y voluntad<br />
de mi parte. Aumenta su poder hasta límites incontrolables para sí<br />
mismo; neurótico se hiere a sí mismo y destroza con suma facilidad un<br />
macizo muro de mármol y varias columnas haciéndolas saltar en fragmentos...<br />
Momentos después la barrera de luz estrecha su cerco, lo comprime,<br />
despedaza y pulveriza entre agónicos gruñidos.<br />
Del monstruo queda polvo síquico. Y una sutil brisa se encargará<br />
de hacerla desaparecer.<br />
La efigie ha quedado vacía.<br />
Otros chillidos remplazan a los anteriores. Vienen de otra habitación,<br />
donde varios cuerpos se revuelcan por el piso presos de histérica<br />
epilepsia, tienen las manos crispadas en las gargantas. Son hembras Homo<br />
y ya no pueden proferir el grito de terror que anhelan vehementemente;<br />
se asfixian a falta de la vitalidad que les suministraba el monstruo síquico.<br />
Muy pronto mueren.<br />
Cae un silencio.<br />
—¡Ven! —oigo nuevamente.<br />
Da belleza al silencio.<br />
—¡Ven!<br />
Todas las esculturas antropomorfas de maravillosa euritmia que se<br />
encuentran en el basto salón rodeando el ara muerta y a la efigie femenina<br />
que está sobre él, están agrietados y desportillados.<br />
—¡Ven!<br />
Esta vez suena imperioso y preventivo. Lo relaciono con mi acuciante<br />
alarma interna... ¡Sí y es porque el edificio tiembla como víctima de un<br />
terremoto! El techo partiéndose se viene para abajo, rompe a las columnas<br />
y las aplasta! ¡No hay escapatoria para mí!<br />
—¡Ven!<br />
Suena tranquilizador; nítido dentro del fragor. Me indica que todo<br />
tiene remedio.<br />
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R.HUAYNA INGÉNITO