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ingénit - Liceus

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Atravesamos una laguna de oscuros líquidos espesos, semisólidos<br />

u opacos convulsionados por tormentas de histeria y desesperación. Las<br />

miasmas anímicas de sus aguas, hieden a pánico, extendiéndose hasta<br />

muy afuera de sus orillas. La vida es lentísima.<br />

Un engendro reptiliano y con cornamenta se dirige a su antro, en el<br />

camino tropieza consigo mismo. La caída es tan larga que queda suspendido<br />

en el vacío. Desespera concluir por los suelos con un frenesí demente,<br />

la altura le duele más que toda caída. Aberración apasionada<br />

para él.<br />

—Predicaba —dice mi maestro instructor—, una sabiduría acomodada<br />

por él. Suponía que era correcta y divina en nombre de los<br />

santos dioses. Fundó una institución con engaños. Con vehemencia ciega<br />

utilizaba medios vedados, inocentes según él, lo importante es el resultado<br />

decía, para mantener la credulidad de sus prosélitos. Y, bueno,<br />

ahora varios incautos que le siguieron hasta el final lo acompañan dentro<br />

de su cueva. ¿Las buenas intenciones también empedran estos lugares?<br />

En realidad no son buenas intenciones, son intenciones equivocadas. ¿Pero<br />

quién las equivoca? Sin duda nada auténtico. Sin duda, la ilusión, el ego.<br />

Luego esa visión desaparece instantáneamente, como si alguien lo<br />

hubiera dejado de pensar o de meditar distraído por otro acontecimiento<br />

como el que ahora encontramos. Una silueta sedente, de obsidiana con<br />

algunos rasgos humanos, trata de erguirse de su asiento de roca mohosa,<br />

con la lentitud de lo inmóvil; se mueve con la infinita lentitud de la seudo<br />

sapiencia, de la equivocación, del olvido. Nos enfoca con sus ojos vacíos,<br />

sin vernos. Sus gestos beatíficos esconden toda su ignorancia. Y<br />

viste limpiamente una túnica de seda.<br />

—Formó una poderosa institución, también en nombre de los dioses<br />

santos —dice, aludiendo al ente de obsidiana—. ¡Sin permiso de<br />

ellos! Supuso que para fundar una verdadera institución divina y luego<br />

enseñar en ella bastaba con lo que había leído y escuchado. Su supuesta<br />

autorrealización no le llevo ¡jamás! a comprobar lo que predicaba, por<br />

lo visto profundo pero carente de lo esencial. Nos sentimos consternados<br />

por la falsa santidad y sabiduría que mostraba a su grey y a sus<br />

simpatizantes. ¡Ay!, ignoraba lo indecible y lo sufría a escondidas.<br />

Pasamos por detrás de él. A tras luz, vemos que del interior de su<br />

cuerpo son despedidos fantasmagóricos halitos con forma de sombras<br />

sufrientes. Estas, al desaparecer en la penumbra reinante, se transforman<br />

en alaridos, cuyos ecos vibran interminablemente.<br />

179<br />

R.HUAYNA INGÉNITO

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