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Junto a un limpio manantial de agua beben varios herbívoros, entre<br />
ellos dos distintas especies de hermosos perisodáctilos que comparten la<br />
misma orilla musgosa entre resoplidos de satisfacción, se puede palpar a<br />
distancia sus vigorosos y temblantes cuerpos. La única diferencia que<br />
existe entre ambas especies es el tamaño. Los Eohipus son más pequeños,<br />
pacíficos y ágiles que los Mesohipus, saciada la sed retozan con<br />
empellones, carreras y patadas... ajenos al agazapado acecho del paciente<br />
carnívoro que se les acerca peligrosamente tras el descuido de los<br />
juncos. El carnívoro, una Oxyaena, con las glándulas mamarias ahítas,<br />
en el momento oportuno para ella, pendula con satisfacción la peluda<br />
cola y salta con innata destreza; ocurre una estampida general cuando<br />
coge y muerde una frágil garganta hasta destrozarla; luego arrastra a su<br />
presa hasta su guarida: un hueco rocoso protegido por arbustos espinosos,<br />
donde le esperan unos regordetes cachorros.<br />
En los lodazales la vida también bulle. En este caso una familia de<br />
pequeños proboscidios hoza perezosamente entre el cieno, masticando<br />
raíces, tiernos tallos subterráneos y delicadas hojas palatables. El desconfiado<br />
macho mayor me otea y amenaza que me aleje de las cercanías.<br />
Nada me cuesta complacerlo. Momentos después un desaforado<br />
chillido sin dirección, discrepa con los sonidos acostumbrados: Una pequeña<br />
cría, la más pequeña de los proboscidios queriendo saciar su inexperta<br />
curiosidad, quiso jugar con el movedizo flujo originado por el manantial,<br />
resbaló cuando su progenitora la alertaba y reprendía severamente,<br />
siendo arrastrada lamentablemente. Temo que el amor maternal<br />
por sí sola no podrá solucionar este caso y le brindo ayuda sacando a la<br />
pequeña del agua, quién patalea desesperada... Y estos precisos momentos<br />
se impregnan con la conocida interrogante de «La Vigilancia».<br />
Todos sus átomos están decididos a encontrar alguna anormalidad, que<br />
como puedo advertir, es mucho más vehemente e inusual.<br />
El pequeño proboscidio me brinda inconscientemente y sin reservas<br />
el utilísimo refugio de su vibración orgánica y anímica, me introduzco<br />
en él... Allí encuentro profunda quietud, remplazada luego por gritos,<br />
imprecaciones y exclamaciones alrededor de enojados berridos. Tengo<br />
la sensación de haber penetrado en la genealogía futura del animal.<br />
—¡Ayuda!... ¡Ayuda!... —oigo que sale una voz de dentro del animal.<br />
Imploración desesperada.<br />
—¡Ayuda!<br />
97<br />
R.HUAYNA INGÉNITO