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ingénit - Liceus

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codo en la diminutizada lejanía arbórea. Sin darme el lujo de admirarla<br />

detalladamente, alcanzo la jungla, resbalando sobre los últimos retazos<br />

de ceniza volcánica, como si lo hiciera sobre una patineta sin ruedas.<br />

La humedad atmosférica aumenta repentinamente con la presencia<br />

de la vegetación; la temperatura lo emula a su manera. Las primeras<br />

plantas medran parcas sobre una gruesa capa de cantos rodados y forman<br />

con sus raíces una extensa red anticipando la intervención de los<br />

árboles. Cuando la abundante vegetación me impide avanzar con presteza,<br />

añado que el abrumador ambiente está pululado por innumerables<br />

artrópodos volantes.<br />

Abandono la barrera infranqueable de las plantas y a todos sus<br />

otros, obvios, problemas para aprovechar la corriente del río. Así, de<br />

esta manera voy penetrando al corazón de la exótica jungla húmeda. La<br />

temperatura superior a la de mi cuerpo me obliga a preguntarme: ¿Cómo<br />

es que se mantiene este calor pegajoso en todo el bosque? Aguas arriba<br />

era explicable a simple vista, lo hacían los arroyos termales de enigmática<br />

procedencia. La explicación de este dilema lo obtendré, con<br />

esperanzadora seguridad, más adelante... ¡Cuidado!<br />

Mi atenta sensibilidad ha detectado un veloz movimiento, en dirección<br />

mía. Me muevo rápidamente, sintiendo cierto agresivo sabor del<br />

agua turbia en mi boca. Me roza una asperísima sombra ahusada por la<br />

espalda; su violenta estela me ayuda a girar y de cara a mi atacante<br />

puedo personificarlo como un monstruo de áspera piel acuática. Me es<br />

deducible su siguiente trayectoria. Sin detenerse regresa con el ímpetu<br />

que le da el hambre; abre su potente quijada superior, ¡ominosa!, de<br />

escualo con varias hileras de dientes y la cierra produciendo un mordisco<br />

sonoro y mortal; debo admitir que me costo mucho trabajo eludirlo. Vuelve<br />

atacar, sanguinario y brutal; también le hurto el cuerpo. Despreviniendo<br />

su siniestra actitud y en un descuido suyo me aferro del aguijón que le<br />

nace en la parte posterior de la cabeza. Enfurecido el bruto inicia una<br />

extraña danza de giros, rizos y piruetas; no estoy dispuesto a soltarme<br />

del filudo apéndice craneal que lo caracteriza y mi situación se hace<br />

embarazosa, aunque espero que su frenético arrebato languidezca. Cuando<br />

así ocurre, se aleja desconcertado: no es normal esa huida.<br />

Mis pulmones reclaman oxigenarse y emerjo. ¡Ah! Es maravillosa<br />

la sensación de delicias atávicas que da el fluido respirable, ¡divinidad<br />

rendida a la vida física!<br />

El torrente se estanca por un momento, es así como se convierte en<br />

laguna momentánea; acumula todo lo líquido en un espacio de calma<br />

29<br />

R.HUAYNA INGÉNITO

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