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pechan la conciencia e intuitiva voluntad escondida dentro de un silencioso<br />
vacío...<br />
Intercepto las ondas pensantes de «La Vigilancia?. Compruebo que<br />
en este momento está siendo manejada por dos individuos de distinta<br />
categoría infrahumana. Escojo la onda pensante de una de ellas, sintonizo<br />
su frecuencia y subrepticiamente me introduzco en esa corriente que<br />
me llevará hasta el corazón que lo genera.<br />
Encuentro que el ambiente se satura de miedosas sombras aterradas<br />
de sí mismas. Lo violento se espanta de sí mismo. Lo violento sufre<br />
siendo acosado por sí mismo. Y lo peor, lo violento considera injusto ese<br />
acoso que se brinda a sí mismo. Esas sombras niegan la propia cosecha<br />
de aquello que ciegamente siembra. Sombras densas, como charcos de<br />
aguas malolientes y lodosas; imposible andar por ellas. Sombras con<br />
creciente densidad, se aplastan cada vez más y más chirriando con el<br />
sonido de la ignorancia.<br />
Muy pronto diviso una ciudad nocturna, cubierta por una atmósfera<br />
donde abundan quejidos lastimeros. Las siluetas de las construcciones<br />
se deforman grotescamente con la intensidad de los lamentos; la<br />
difícil luminiscencia es lo único que aparentemente alivia los males. Golpeo,<br />
sin proponérmelo, los viejísimos restos de un árbol seco y arrugado<br />
hasta la médula, sus escasas ramas están curvadas en repulsivas direcciones<br />
al igual que manos huesudas. ¿Vi mal? Las ramas se han movido<br />
como provistos de vida... No, no se mueven; pero cuando intento alejarme,<br />
me aprisionan con fuerza constrictora y me levantan por los aires sin<br />
esfuerzo alguno. Me zarandean y siento los primeros síntomas de la asfixia.<br />
¡Un momento!: esto de las ramas y de todos sus efectos destructivos<br />
es una ilusión, es una mentira hipnótica que intenta hacerme creer lo que<br />
no existe. Comprendo que estas sensaciones abstractas pueden ser controladas<br />
por mí, como lo podría hacer cualquiera que tuviera la madurez<br />
suficiente para lograrlas. También resultaría útil el llamar en auxilio a poderosas<br />
entidades divinales que residen en las profundidades nuestras.<br />
Mi serenidad y tranquilidad interna permiten que la monstruosa presión<br />
que me estruja sea insignificante. Y con un rayo relampagueante que<br />
brota de mi corazón: ¡Ziiiggg...!, le quemo las entrañas al árbol quién<br />
ante el impacto se retrae mortalmente. Las llamas lo consumen.<br />
Se incendian las casas cercanas retorciéndose de dolor como cualquier<br />
criatura de carne y hueso. Cuando las llamas acaban, de las cenizas<br />
renacen las casas y vuelven a ocupar los mismos lugares. De la umbrosa<br />
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R.HUAYNA INGÉNITO