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ingénit - Liceus

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R.HUAYNA INGÉNITO<br />

tierra un enorme mastodonte troncha parte de la floresta, al animal no le<br />

interesa mi presencia cuando me tiene cerca suyo, soy un enano insignificante<br />

para él. El coloso de cuatro colmillos largos es parte de una manada<br />

que consta de una docena de individuos que pasen en medio de<br />

abundante follaje. Cuando decidan marcharse, seguirán un rumbo.<br />

El rumbo, que les dé la evolución.<br />

Mas tarde me sorprendo contemplando en silencio a una pareja de<br />

animales astados; se alimentan de bayas silvestres. El lugar es tranquilo y<br />

los astados comparten ese territorio con otros rumiantes de pequeño<br />

tamaño... Lo de tranquilo, en este medio es relativo y se demuestra cuando<br />

uno de los astados, de exagerada cornamenta ramosa y el de mayor<br />

tamaño, echa a correr con elástica rapidez tronchando arbustos. ¿La<br />

razón de esa huida en la que también participa la hembra?: la presencia<br />

furtiva de criaturas bípedas quienes emulan gruñidos con la coherencia<br />

rudimentaria de algún lenguaje.<br />

—¡Se han escapado! —dice uno de los bípedos con abundante<br />

pelambre sobre sus hombros y totalmente desnudo.<br />

—¡Shiiit! —opina otro con un susurro bien parecido a un trino—.<br />

Si los megaceros huyeron aún nos quedan otras piezas. Vayamos con<br />

más cuidado.<br />

Están de caza y para ello usan unas largas varas en cuyas puntas<br />

han atado unos huesos ahusados y cortantes. De la cintura velluda les<br />

cuelga unas mazas livianas.<br />

—¡Ah, tropecé! —se queja un tercero sin caer, sacando unos de<br />

sus callosos pies de las galerías de un roedor cuyo techo cedió por su<br />

peso.<br />

—¡Ese ruido! Con seguridad espantó toda la caza.<br />

—Es la segunda vez que caigo en una madriguera... Hay abundante<br />

de ellas bajo tierra...<br />

Se sobresaltan cuando advierten mi presencia y retroceden nerviosos.<br />

Pero puede más la curiosidad y el afán de investigador en ellos ante<br />

la carencia de agresividad mía. El instinto les pide prudencia y el crecido<br />

cerebro la audacia. Hasta que la tirantez acaba con un estridente chillido:<br />

—¡Venid hermanos, venid! —llaman refuerzos.<br />

—¡Apúrense¡ ¡Aprisa! —gritan.<br />

Docenas de homínidos acuden simultáneamente, semierectos y violentos.<br />

Y empiezan a rodearme en obediencia a un plan instintivo. Soy lo<br />

desconocido para ellos, un intruso y eso no les agrada. Calla la algazara<br />

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