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R.HUAYNA INGÉNITO<br />
he acercado por el guijarroso lecho del arroyo seco que separa ambos<br />
campamentos. Las tiendas están vacías, con excepción de algunos, de<br />
las que huyen estentóreos ronquidos ahítos de olvido.<br />
La temerosa brisa se mueve a escondidas. Inquieta y algo sorprendida<br />
escoge un punto, de donde presenciar lo que está por suceder.<br />
Una voz se esfuerza a gritos:<br />
—¡A cualquiera de ustedes, le reto a pelear conmigo!<br />
Es el vozarrón de un guerrero gigante y corpulento. Muy bien protegido<br />
por pesadas planchas metálicas. Se pasea desafiante delante de<br />
los dos ejércitos que la ocasión puso frente a frente. Las grebas le tintinean<br />
en las piernas golpeadas por el enorme escudo metálico que descuidado<br />
lleva consigo.<br />
—¡O escojan al mejor de ustedes y envíenlo contra mí! ¡Lo espero!<br />
El miedo cunde en el ejército retado.<br />
—¿Aceptan? ¡Si me vence en combate, nosotros seremos siervos<br />
vuestros, y si yo venzo, seréis nuestros siervos hasta el fin de vuestras<br />
vidas! ¿Aceptan?<br />
Nadie responde, todos se esconden detrás de su miedo.<br />
—¡Denme un valiente que pelee conmigo! ¿Qué esperan, no hay<br />
valientes el este ejército?<br />
Las acciones son contempladas con ansiedad. Ambos bandos desean<br />
un desenlace inmediato y favorable para sí. El gigante espera con<br />
fingida impaciencia contoneándose, se acomoda el almete luego de dejar<br />
su pesada lanza en manos de su escudero. ¡Uf!, gesticula este<br />
trastabillando por el demasiado peso.<br />
Impaciencia te acabas cuando das cabida al asombro. Aceptando<br />
el reto avanza una ágil figura juvenil; sin premura, recoge algunos guijarros<br />
del lecho seco y los coloca en su bolsa pastoril. Ondea suavemente<br />
su dorada cabellera, en tanto que de su mano cuelga inofensiva y sencilla<br />
una honda. Se detiene a prudente distancia del gigante.<br />
El acto ha llenado de palpable admiración. Hay expectación general.<br />
El joven siente la intranquilidad épica de la osadía, y pletórico de<br />
emociones que recién aprende se esfuerza por contener febriles pálpitos.<br />
En tanto el gigante siente una desconfianza que no comprende, es algo<br />
que no aceptan sus instintos, es algo que le anticipa su propio desastre,<br />
es algo que finalmente esconde tras una máscara de grosera suficiencia.<br />
—¿Soy animal acaso —gruñe—, para que vengas a mí con piedras?<br />
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