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R.HUAYNA INGÉNITO<br />
desaparecen por un camino que serpentea por los accidentes del terreno.<br />
El cráneo de estos hombrecillos es mucho más grande, aparte de<br />
poseer una frente más ancha y vertical, que sus supuestos antecesores<br />
homínidos y australopitecus; a ello le añadimos una estatura más crecida<br />
y erguida que estos. Sus sensibles sentidos les permiten advertir con<br />
anticipación la cercana presencia de un cerdo salvaje, se le acercan a<br />
escondidas con los arcos tensos; en el momento oportuno sueltan las<br />
flechas y dan en el confiado blanco. El cerdo mortalmente herido corre<br />
para esconder sus últimas aflicciones dentro de la maraña tan rápidamente<br />
como sus cazadores tras él.<br />
—¡Que no escape! —acezan guturalmente.<br />
—¡Sí, que no escape!<br />
El tiempo pasa tan rápidamente y los bosques y los mamíferos apenas<br />
tienen tiempo de percatarse de ello.<br />
El tiempo envejece, se gasta.<br />
Más tarde. Mucho más tarde, cuando el tiempo hace una pausa<br />
para descansar por un momento de sus ajetreos ordinarios, advierte,<br />
con no sorpresa, la evidente evolución de los Homo de acuerdo a los<br />
preceptos del soterrado. Han alcanzado mayor talla e importante diferencia<br />
morfológica comparada con sus predecesores. Una agrupación<br />
de ellos vive junto al río, donde construyeron sus viviendas hechas de<br />
troncos y asentados al fondo por gruesos pilares. Varios de ellos pescan<br />
bogando sobre un tronco tallado para tal fin; otros están sumidos en<br />
diferentes actividades.<br />
Más adelante se inicia un esplendoroso avance de los Homo. Los<br />
anteriores personajes, viviendo a pocos kilómetros de distancia, jamás<br />
se enteraran de esto, por estar separados inexorablemente por infalibles<br />
campos de fuerza electromagnética cuya acción se centra en los genes y<br />
sus microscópicos aditamentos electrónicos, que los obliga a permanecer<br />
en lugares programados. No tienen otra cosa que una vida rutinaria e<br />
involuntaria.<br />
Dos gigantescos colosos de piedra vigilan el camino a una ciudad.<br />
El aspecto sedente con el que descansan me recuerda una posición corporal<br />
de la oración. Tienen la mirada cerrada y apuntada en direcciones<br />
indefinibles de su mineral interior. Kilómetros antes de la ciudad, tengo la<br />
inconfundible sensación de la ausencia de sus moradores. Es una ciudad<br />
desierta.<br />
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