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ingénit - Liceus

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con él definitivamente me lanzo en persecución suya dentro de los universos<br />

internos de la naturaleza; debo borrar su nombre y sus recuerdos<br />

de los archivos akhasicos... En las ultradimensiones me llego hasta el<br />

salón principal de los archivos akhasicos; la atmósfera es misteriosa. Sin<br />

dudar penetro en un cuarto oscuro y caminando por un camino cualquiera<br />

encuentro una rosa dejada a marchitar, en esa oscuridad bien pudo<br />

algún trajinero pisotearla. Vienen vientos y la hieren con egoísmo caliente;<br />

un pétalo le es arrancado y arrastrado, se secará como una lágrima no<br />

llorada. Un enigmático lago acerca una orilla hasta mí, servil; la niebla la<br />

excusa, adulándola, mientras el rumor lejano de unas pisadas pensativas<br />

se acerca hasta aquí, lentas. ¿Quién? Alguien, de negro y sin rostro visible:<br />

un fragmento de misterio. Con pensamientos cavernosos me invita a<br />

seguirle y se insinúa a servirme de guía por el remanso perdido. Bien. Se<br />

adelanta caminando sobre el agua, no se hunde, sin pies y sin ruido hasta<br />

confundirse con la bruma oscura, entonces le sigo. Mis pasos también<br />

suenan, indescifrables, indiferentes: el ambiente no me conoce y no le<br />

intereso. No me hundo. Más tarde una monticular silueta insular evanece<br />

en la niebla.<br />

—No te podré acompañar de regreso —susurra como el viento el<br />

inexistente el guía—. Tendrás que hacerlo solo. Mi trabajo acaba aquí.<br />

Y se esfuma en la grisácea atmósfera.<br />

El resto del camino suena a desconfianza propia. Y caen tinieblas<br />

algo más oscuras que el negro puro.<br />

De un elevado peñón de la isla una antiquísima cruz se precipita<br />

cabeza abajo y se hunde en las negras aguas, angustiosamente. Dentro<br />

del agua y junto la orilla, semienterrados en la arena turbia, están dispersos<br />

los restos de numerosos naufragios ocurridos en la noche de los<br />

tiempos y a partir de entonces. Por todas partes herrumbrosos símbolos<br />

angélicos se descomponen bajo la intemperie imposible; una joya<br />

arqueolítica, apenas definible, con gastados caracteres dice: Morir, Nacer,<br />

sacrificio; y más allá, otra joya con un fragmento glorioso escrito en<br />

una de sus caras raídas: Dolor es tu camino...<br />

—¡Hoge! —llamo desde la húmeda ensenada.<br />

Responden incontables ecos montañosos llamándolo insistentemente.<br />

Por mucho tiempo. Y cuando las réplicas cansadas se trocan por<br />

insinuaciones anímicas de ausencia, una tormenta lejana se desata sobre<br />

la ínsula. El trueno, adolorido gime y bosteza, así disculpa la tardanza de<br />

los iracundos relámpagos. Muy pronto es traída hasta aquí, por poderosos<br />

vientos de mala voluntad, una enigmática silueta humana.<br />

221<br />

R.HUAYNA INGÉNITO

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