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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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hago por mí. Sé, sabemos ambos, que en <strong>el</strong> fondo tampoco por<br />

<strong>el</strong>la. Aún entendiendo que fue de tan buena alumna en la escu<strong>el</strong>a y<br />

en <strong>el</strong> colegio, y que a pesar, o gracias a <strong>el</strong>lo, de que tenía que trabajar<br />

en la tienda d<strong>el</strong> pueblo, que <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> le dio una beca completa.<br />

A quién interesa que lo que perseguían los dueños era tener<br />

buena imagen con la comunidad. De qué valen esas cosas si <strong>el</strong>la<br />

pudo estudiar en un colegio técnico un sancocho que los políticos<br />

bautizaron “turismo bilingüe”. Además quiere ser escritora. ¡Pobre!...<br />

Tuvo una vez una breve temporada haciendo historias sobre<br />

personajes de la zona, al comenzar <strong>el</strong> primer periódico en <strong>el</strong> pueblo...<br />

Pero quien soy para juzgar nada. Es sólo la costumbre. ¡Qué<br />

mierda! Hasta es posible que al final lo único que me quede sea este<br />

ataque de intenciones. Al menos <strong>el</strong>la quiere ser algo. ¡Como si<br />

se pudiera evitar querer! ¡Como si se pudiera lograr!”<br />

XLIV<br />

Sólo faltan tres propiedades. De dos, hoy se asegurarían. Las tierras<br />

de Sandoval, sin embargo, serían las últimas.<br />

—Ya verá —explicó El Albino, llenándole <strong>el</strong> vaso al político<br />

con <strong>el</strong> mejor fuego líquido de la casa—. Con la primera propiedad<br />

era cuestión de desviar <strong>el</strong> río más arriba. <strong>En</strong> nuestras tierras, perdón,<br />

patrón, en las suyas. Usted comprende, es la fuerza de la costumbre.<br />

De hablarles así a los muchachos para que pongan más ganas.<br />

El Albino ofrece su sonrisa, ladeada, entre que sí y que no, y que<br />

todos, menos Sandoval, nunca entendían si era de sumisión o de poder.<br />

El otro hace una seña de ‘No te preocupés, comprendo la jugada’.<br />

Si bien no entiende y debería preocuparse.<br />

—Hace una semana —continúa, mientras señala hacia la lejanía,<br />

detrás de un puñado de árboles que parecen retoños, consciente de<br />

que debe ser más cuidadoso por un trecho más— que le ponemos<br />

dinamita al asunto. Así que hoy era cuestión de ofrecerle la platilla<br />

que quisiéramos, que se pagará a su hora, y un su<strong>el</strong>do de peón para<br />

que trabaje ‘<strong>En</strong> la gran finca d<strong>el</strong> progreso’, según dicen usted y <strong>el</strong><br />

cura, en lo que hasta ahora fue su propio terrenillo. El dueño está<br />

viejo para p<strong>el</strong>ear. No puso peros, de dónde. Ahora lo que queda es<br />

esperar que mis muchachos nos traigan los pap<strong>el</strong>es.<br />

Justo cuando <strong>el</strong> jefe iba a preguntar acerca de la otra propiedad,<br />

los perfiles de tres jinetes reverberando contra <strong>el</strong> horizonte, son señalados<br />

por El Albino, al interrumpirlo:<br />

—Mire qué casualidad, patrón, ahí me traen <strong>el</strong> convencimiento<br />

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