Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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XXV<br />
Si fuera un hipopótamo sudaría rojo. Rojo sangre. Estaría callado.<br />
Inexorable. ¿Será que soy un hipopótamo? ¿Qué sudo rojo, a pesar<br />
de que se ve transparente? Los chorritos bajan por la sien, hacia las<br />
junturas de las cejas. <strong>En</strong> carrillos en dirección de la nariz. Diminuto<br />
riachu<strong>el</strong>o de sal, roja para un hipopótamo, hacia <strong>el</strong> ombligo, para<br />
doblar hacia los p<strong>el</strong>itos d<strong>el</strong> pecho. Cuando era niño quería tener<br />
p<strong>el</strong>os en <strong>el</strong> pecho y barba y bigote. Hoy sólo chorreo y ardo. Por<br />
fuera la afeitada hace que me arda cada poro al botar su agua. Por<br />
dentro me quema la goteadera de la tripa. Debería pedir una cerveza<br />
pese a que me la cobren como si fuera extranjero. A lo mejor lo<br />
soy. Debería de no importarme. Igual que las navajillas de afeitar.<br />
Si las hubiera usado lo justo hoy no me ardería la cara. Mi madre<br />
insistía en no desperdiciar nada. Yo creí que significaba usar las<br />
navajillas hasta que arranquen los tallos y la enchilazón me recuerde<br />
que tengo cara.<br />
Acabo de decirle a la chica d<strong>el</strong> bar que cargue a mi cuenta una<br />
ronda de bebidas para la familia que está en la piscina y para la pareja<br />
de la esquina, sin que les diga quién pagó. Es mi venganza personal.<br />
Contra los días en que no teníamos nada, mi mama y yo, excepto<br />
<strong>el</strong> cuarto en la parte de atrás y la comida de la casa de “Los<br />
Señores”. Buena gente los pensionados, “mis padrinos”. Además<br />
me salen gratis los brinquillos de los carajillos en la piscina luego de<br />
que <strong>el</strong> padre les dice, debe ser alemán, que tomen la bebida que les<br />
trae la salonera. ¿Cortesía de la casa?, dice en un inglés marcado. La<br />
d<strong>el</strong> bar les contesta que no, que es cortesía de un cliente que no<br />
quiere que nadie sepa quién es. Madre y padre, casi tan rojos como<br />
hipopótamos, vu<strong>el</strong>ven a verse hasta que él asiente. Brindan, sorben,<br />
ríen. Son bestias puras que llaman a los críos para que engullan los<br />
ponches de frutas que les dan. Ellos creen que sus padres las compraron.<br />
Para esta familia todo es perfecto. Yo no hubiera aceptado la<br />
invitación. No sin saber quién, por qué o con qué derecho cualquiera<br />
me da algo que no he pedido.<br />
Pero yo no soy <strong>el</strong> alemán. Por dicha. Él tiene hijos, esposa. Yo<br />
solo tengo sudor y un hipopótamo rojo comiéndome la entraña. Más<br />
allá está la pareja de la esquina, con los ojos vidriosos de tanto<br />
“cópt<strong>el</strong>”, según dice <strong>el</strong>la, y de tanto más “birra”, dice él. A la par de<br />
la cong<strong>el</strong>ada jarra burbujeante con cerveza, es puesta una copa con<br />
verde, rojo, anaranjado, crema y una tajada de piña. Ambos sobre<br />
unos cuadritos amarillos con una “S” labrada en azul. Cruzan miradas,<br />
sonríen. Escudriñan los alrededores. Hago que estoy dormido.<br />
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