Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
herencia. No entiendo mucho, ni me interesa en particular. Mañana<br />
consulto con mi abogado. A buenas horas me viene a tocar algo.<br />
LVIII<br />
Sandoval Sandoval llegó a probar cuatro carreras nocturnas en la<br />
universidad. No terminó ninguna, pero ayudó a que encontrara un<br />
trabajo donde casi no tenía que r<strong>el</strong>acionarse con nadie en <strong>el</strong> Ministerio<br />
de Educación. Era un tipo sin amigos, ni mujer, ni hijos. Trabajaba<br />
bien y no se metía con nadie. Uno que padecía cáncer entrando<br />
en la madurez y que murió d<strong>el</strong> corazón en plena sala de operaciones,<br />
una soleada mañana de ci<strong>el</strong>o muy azul.<br />
LIX<br />
A tanto llegó su alejamiento que <strong>el</strong> día en <strong>el</strong> que lo abandonaron la<br />
seca de su mujer y los cuatro güilas para marcharse hacia <strong>el</strong> ranchón<br />
de su enemigo lo que sintió fue alivio. Y cómo no, si ahora sabía lo<br />
que tenía que hacer. Qué le iba a importar lo que pensara cualquiera.<br />
Menos la mierdosa de su hembra, mucho menos aqu<strong>el</strong> malnacido.<br />
Para él lo primordial era que había descubierto cómo derrotarlo. A<br />
poco de comenzar su venganza, supo que a su enemigo sólo le faltaban<br />
tres propiedades para que, junto al jefe político, se adueñaran<br />
de todo. Calculaba que a él no iban a forzarlo ni lo mandarían a matar,<br />
igual que a varios. Preveía que sería <strong>el</strong> último y que trataría de<br />
quitarle su tierra en cuanto no aguantara más humillación.<br />
Pero El Albino no sabía. No sabía.<br />
El trecho era largo, así que cuanto más temprano comenzara más<br />
temprano terminaría. Trabajaría todos los días, de sol a sol. Al principio<br />
cocinaba los frijoles que quedaron, sin siquiera sal, ni lo que<br />
fuera, acaso un chorrillo de agua de mar. Sancochaba los peces y los<br />
cangrejos que todavía se enredaban en las maltrechas trampas que<br />
no se habían podrido, lo mismo que algún pajarillo y hasta un conejo<br />
que alguna vez encontró tieso debajo de un árbol. A los días sólo<br />
comía pescado, cada vez más crudo para que no perder tiempo cocinando.<br />
Al final se los hartaba en <strong>el</strong> río, que llegó a ser un hilo de<br />
tan bravo que vino <strong>el</strong> verano, arrojándole las tripas y las espinas al<br />
hueserío de perro en que se había convertido El Pato, que seguía sin<br />
ladrar aunque a su lado. No es que lo quisiera, pero al menos se<br />
podía conversar con él.<br />
Desde la entrada de su casa hasta <strong>el</strong> final de lo que sería su ca-<br />
129