Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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to enorme lleno de bancas y mesas, donde El Albino reunía a sus<br />
incondicionales: los Gallos, <strong>el</strong> cura o <strong>el</strong> político. Luego estaban dos<br />
grandes cuartos a los costados y dos al fondo, cada uno con camas<br />
dobles cubiertas con varias esteras que serían cambiadas por unas<br />
colchonetas r<strong>el</strong>lenas de paja “las cuales”, decía la esposa de quien<br />
era una escupa de sol, “una vez que se acostumbra al polvillo que<br />
les sale, son de lo más suavecito para dormir”.<br />
El Albino ordenó hacer una gran cantidad de armarios con maderas<br />
finas que ponía en cualquier parte de los anchos pasadizos, y<br />
más en <strong>el</strong> interior de los cuartos. Al que los hizo advirtió que no<br />
contara que era para guardar las “demasiadas cosas que tengo”, con<br />
lo cual se aseguraba que no quedaría nadie sin enterarse de quién<br />
era <strong>el</strong> más rico. <strong>En</strong> cuanto a la limpieza permitía que solamente su<br />
mujer se encargara de los armarios.<br />
La cocina, asentada en la parte de atrás, era enorme, con más<br />
mesas de la cuenta, bancos, unas cuantas sillas y una infinidad de<br />
cacerolas y cucharones que colgaban cerca d<strong>el</strong> fogón alrededor de<br />
una enorme pila. Unas tarimas ordenaban los sacos de arroz, frijoles,<br />
maíz y cuanta cosa mandaba a traer. Un mueble guardaba los<br />
platos, jarros, y los cubiertos de distintos juegos que se revolvían<br />
hasta terminar perdidos o enterrados. Allí sólo usaban las cucharas,<br />
cuando no los dedos. Hacia atrás de la cocina funcionaban<br />
como bodegas tres cuartos pequeños. Uno para los sobrantes de<br />
granos. Otro para las herramientas y las armas. El último, <strong>el</strong> más<br />
alejado, para las garrafas de guaro que <strong>el</strong> propio Albino supervisaba<br />
en su hechura, tanto en sus tierras como monte adentro, y que<br />
acumulaba cada vez más, pues se había asegurado que sólo él pudiera<br />
ofrecer licor. Lo más llamativo era que mandó a pintar las<br />
paredes, por dentro y por fuera, con una mezcla de cal que reforzaba<br />
más o menos cada par de meses. Así nadie podría siquiera intentar<br />
pensar en que hubiera algo más blanco en toda la región.<br />
VI<br />
Sandoval sabe que por primera vez <strong>el</strong> asunto de pagar no es problema,<br />
si bien cada pastillita, lo último en <strong>el</strong> mercado para este tipo<br />
de enfermedad, cuesta un ojo y la mitad d<strong>el</strong> otro; no le preocupa<br />
ahorrar. A un muerto nunca le falta plata. Al final, otra de las cosas<br />
que terminó de convencerlo fue que quería gastar. No más para ver<br />
qué se sentía no estar amarrado a la costumbre de crecer sacándole<br />
<strong>el</strong> jugo a lo que viniera, de vivir rodeado de una estrechez que chu-<br />
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