Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
comenzó a encontrar cada vez más pálida. Un día se lo dijo:<br />
—Será por la lluvia —le contestó La Negra.<br />
—¿Cómo por la lluvia?<br />
—¡Por la lluvia de años, Sandovalito! —Y lo abrazó con las<br />
ráfagas de sol que su carcajada desparramaba.<br />
Sería la risa, <strong>el</strong> café, los plátanos hervidos con pescado, <strong>el</strong> olor<br />
de la leña... la cosa fue que a él comenzó a dolerle menos <strong>el</strong> respirar.<br />
Pareció rejuvenecer. Cogerle gusto a vivir. Hasta se le pegó a sus<br />
encuentros con Elena. A su manera de mirarla y olerla, sin que lo<br />
reconociera hasta que fue demasiado tarde. Si La Negra decía que se<br />
veía mejorado, él se justificaba con que eso sucedía con <strong>el</strong> que no<br />
tiene marcha atrás y está en las últimas. “De patear <strong>el</strong> balde”, diría<br />
la vieja. <strong>En</strong> particular tratándose de la enfermedad que él tenía.<br />
Al final creería que <strong>el</strong> mejoramiento momentáneo no se debía<br />
tanto al pasado que sacaron y amasaron, o al presente que crecía<br />
igual que tibia levadura, como creía la vieja, sino en especial a la risa.<br />
Por fin encontraba cómo, cuándo, dónde y con quién reírse. <strong>En</strong><br />
particular de sí mismo. Si <strong>el</strong> dolor apretaba más de la cuenta y amenazaba<br />
con impedirle volver donde la vieja, Sandoval tomaba,<br />
además de la diaria pastilla d<strong>el</strong> tratamiento, que seguía sin ninguna<br />
convicción, un par de aplanados calmantes de los más fuertes d<strong>el</strong><br />
mercado. También, en ocasiones cada vez más seguidas, tragaba<br />
una de las pastillas rojas que le consiguió una de sus antiguas amigas.<br />
De las que frecuentaba una vez por mes en una casa de masajes:<br />
“Te quitan <strong>el</strong> dolor y <strong>el</strong> asco... por vos... y hasta por los demás...<br />
y no te atontan”.<br />
Aqu<strong>el</strong>la primera vez, <strong>el</strong> regreso d<strong>el</strong> rancho de la Negra fue más<br />
lento pero siempre amable con su cuerpo. Pese a las mordeduras<br />
d<strong>el</strong> huequerío. Aún así, Sandoval se cansó. Será por esto. O porque<br />
la mujer negra y sonriente empezó a rascarle algo de muy<br />
adentro. O por estar la noche no demasiado avanzada, tenía su<br />
puñal de sombras por la mitad. O por la plateada luz de una luna<br />
llena recién estrenada que se regaba por todo lado. O por estar<br />
cerca de la marisquería recomendada por Elena. O porque en secreto<br />
esperaba encontrárs<strong>el</strong>a. O por un poco de cada cosa. El<br />
asunto fue que, contrario a lo que siempre hacía: huir, se fue a<br />
aqu<strong>el</strong> sitio a comer alguna cosa y tomarse algo frío. Con dos cervezas<br />
entre <strong>el</strong> pecho y otra a punto de llegar, bajó un pescado frito<br />
que ni recordó haber ordenado, y que a pesar de eso, o por<br />
<strong>el</strong>lo, estaba de chuparse los dedos. “Hasta los de los pies”, ideó<br />
41