Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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XIV<br />
Dentro de poco <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o comenzará a teñirse de un azul casi frío.<br />
Ahora, <strong>el</strong> calor está en su punto máximo, por <strong>el</strong> sol, <strong>el</strong> guaro y la<br />
brincadera. El Albino hace una señal para que sus hombres de confianza,<br />
los temidos Gallos, arreen a los que llegaron a su fiesta hasta<br />
la parte d<strong>el</strong> fondo, hacia abajo d<strong>el</strong> costado d<strong>el</strong> ranchón que da al río.<br />
Al acercarse son recibidos por una contrahecha tarima de madera,<br />
alta y donde caben unas cinco personas. Atrás, un gran pedazo de<br />
t<strong>el</strong>a ajada trata de ocultar un irregular montículo. A un costado hay<br />
un juego de pólvora listo para comenzar a gorgotear.<br />
Los Gallos iban siempre vestidos de blanco y se dedicaban a<br />
hacer cumplir las órdenes d<strong>el</strong> patrón al costo que fuera. Dos hermanos<br />
están a los lados de la tarima, las manos sobre las cachas de sus<br />
cuchillos. Pálidos, altos, p<strong>el</strong>irrojos, de ojos oscuros, y secos de carnes<br />
aunque muy fuertes, les decían por igual Gallo’e Queso. Otro se<br />
ha quedado cerca d<strong>el</strong> ranchón; es moreno, de mediana estatura,<br />
panzón y calvo, excepto por cuatro hilachas de p<strong>el</strong>o cenizo, tiesas y<br />
largas con las que trata de cubrirse una ancha y abultada cabeza, por<br />
la que chorrea un interminable sudor. Le decían Gallo’e Sopa. Finalmente<br />
estaba <strong>el</strong> que era la mano derecha d<strong>el</strong> propio Albino. Agazapado,<br />
subido detrás de la tarima, de mediana estatura, como un<br />
tizón, tiene la cara marcada por varias cicatrices de cuchilladas. De<br />
poco hablar, se veía que la rabia lo mordió desde pequeño. Lo llamaban,<br />
siempre y cuando no estuviera presente, Gallón.<br />
Una vez acomodado <strong>el</strong> gentío, El Albino hace otra señal hacia <strong>el</strong><br />
ranchón. Gallo’e Sopa mueve su brazo y un puñado de peones resguarda<br />
la salida d<strong>el</strong> jefe político. <strong>En</strong>trado en los cuarentas, gordo,<br />
con mirada extraviada de miope severo, con la barba de varios días,<br />
había estado en <strong>el</strong> cuarto de El Albino con una de las muchachitas<br />
que éste le conseguía. Avanza con la camisa blanca pegada a la<br />
abultada panza de la sudadera y <strong>el</strong> pantalón hecho una arruga azul.<br />
Se acerca con pasos irregulares. <strong>En</strong>fundado en unos lustrosos y poco<br />
usados zapatos de cuero negro, que a toda costa pretende que se<br />
vean normales. Los músicos que <strong>el</strong> político trajo comienzan a tocar<br />
con gran fuerza. La gente chilla y se medio inclina ante su lento pasar.<br />
Él reparte grasosas sonrisas desde <strong>el</strong> fondo de un grueso y disparejo<br />
bigote. Al alzar su sombrero blanco muestra una cabeza con<br />
algunos mechones de canoso p<strong>el</strong>o, que siempre trata de estirar. El<br />
trayecto se hace más lento de lo deseado para El Albino, pero se<br />
domina. Tiene que tener paciencia si quiere que todo salga bien.<br />
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