Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
la pasamos f<strong>el</strong>ices. Lástima que no tuve plata para pagarle un doctor.<br />
Igual que con toda la plata d<strong>el</strong> mundo se me iba. Uno propone<br />
y Dios dispone, ¿verdad Sandovalito?”<br />
XLI<br />
No por tristeza. Ni por alegría.<br />
—Ahora verá El Albino. Ahora sabrán los demás quién es Sandoval<br />
—se ardió aquél que cada vez era más una mueca de sí que<br />
otra cosa, antes de caer de golpe sobre los talones y ponerse a llorar.<br />
Lloró por primera vez; la segunda sería la última. No porque algo<br />
doliera. No por tristeza. Ni por alegría. Nunca había llorado. A<br />
todo <strong>el</strong> mundo le toca, como morirse. No sabía qué hacer, así que<br />
lloró. Al acabárs<strong>el</strong>e las lágrimas, lo que chorreó fue sal. Se sonó la<br />
nariz, limpiándose con su huesuda y callosa mano. Tan duro que se<br />
sacó sangre. Se levantó y, volviéndose hacia <strong>el</strong> perro, lanzó una patada<br />
que sabía no podía pegar, y gruñó:<br />
—¡Pato, de esto ni una palabra a nadie!<br />
Mucho pasó desde que supo cuál sería su venganza contra El Albino.<br />
Este convencimiento fue lo que le dio <strong>el</strong> calorcillo para no<br />
morirse, en las noches en las que caía en cualquier parte, al no dar <strong>el</strong><br />
cuerpo más. Ni al abandonarlo su mujer y los hijos le importó. Por<br />
<strong>el</strong> contrario se vio aliviado.<br />
—Es una puta —se dijo—. Lo duda —se contestó como si con<br />
alguien hablara—. Esta de honrado lo único que le queda es morirse<br />
y tal vez ni eso.<br />
No necesitaba de nadie y para conversar tenía al Pato. Lo primero<br />
que hizo fue cambiar un atado de leña y dos de planchas de<br />
hierro por un poco de pintura azul que tenía <strong>el</strong> otro vecino, aparte<br />
de él, que todavía no vendía su tierra. Además, tuvo que darle sus<br />
últimos dos pantalones que, aparte de remendados, estaban todavía<br />
enteros. Sin regatear, algo extraño en él. Mientras <strong>el</strong> otro guardaba<br />
las cosas y trajo la pintura, tuvo que escuchar cómo contaba que al<br />
cumplir su hija dos días de desaparecida, llegaron “los lameculos<br />
de El Albino”.<br />
—Mire patrón —dijo uno de los dos Gallo’e Queso—. El que es<br />
mandado no es juzgado—. Firmaba o no volvía a ver a la hija.<br />
El padre, demacrado y envejecido de pronto, sudando h<strong>el</strong>ado y<br />
hecho una tembladera, volvió a ver a Sandoval: “¿Qué puedo hacer?<br />
¡Dígame usted! ¡Dígame!” Pero a éste le interesaba una mierda lo<br />
que fuera a hacer. Lo quería era la pintura. Ni las gracias dio, ni lo<br />
90