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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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a <strong>el</strong> licenciadito y sus dos hembras. Más de una, mantecosa e inflada<br />

de guaro, terminó sus días en la casona que años más tarde, acabaría<br />

quemada. Alguno dijo que fue <strong>el</strong> fantasma de El Albino, aquél<br />

que un carajo que perdió hasta <strong>el</strong> modo de andar. Hasta se murmuró<br />

que fue <strong>el</strong> último de Los Gallos que quedaba vivo, y al que no se<br />

volvió a ver más. Ahora, sin embargo, a poco de llegar a la casona<br />

fue cosa de un par de brincos para que comenzaran a armarse unas<br />

fiestas que duraban hasta <strong>el</strong> día siguiente. Primero sólo <strong>el</strong> abogado y<br />

sus dos hembras. Pronto <strong>el</strong> olor a buen guaro comenzó a atraer<br />

quien se pusiera por d<strong>el</strong>ante. Venían más y más carajos con quienes<br />

Carnita y Uñita terminaban acostándose. De uno en uno o en grupo,<br />

por <strong>el</strong> puro placer siempre. Juntas o separadas, con <strong>el</strong> consentimiento<br />

d<strong>el</strong> licenciado, que bebía de a poquitos para estar vigilante. No<br />

como los demás que casi ni podían sostenerse en pie de tanto guaro<br />

enterrado entre pecho y espalda.<br />

El abogado vio que con las fiestas podían cobrar por trago y por<br />

cogida. Al no existir un lugar ni semejante, y no había otro par de<br />

hembras que se entregaran así, fue fácil que los ahora clientes comenzaran<br />

a soltar <strong>el</strong> billete. El licenciado aprendió a medir lo que<br />

tomaba para quedarse en una llamita y lograr mantener las cuentas<br />

claras. Un poco más ad<strong>el</strong>ante, no se supo si de Uñita o de Carnita,<br />

vino la ocurrencia de traer más mujeres a trabajar en la casona. Tan<br />

perdidas estaban en las nublazones d<strong>el</strong> guaro que lo único que les<br />

interesaba era que estuvieran los tres juntos.<br />

Los gem<strong>el</strong>illos, cada día estaban más grandes, ni para su madre,<br />

en especial, ni para los otros dos, en general, representaban casi nada.<br />

No por maldad ni por revancha, sino por indiferencia. Las criaturas<br />

se criaron solas, sin entender ni hablar mucho, apenas comiendo<br />

y jugando entre <strong>el</strong>los dos, y ver lo que sucedía en la casona.<br />

No faltó más de un cliente que pidió a la gem<strong>el</strong>a para culiárs<strong>el</strong>a, sin<br />

tomar en cuenta que era si acaso un proyecto de muchachita, lo que<br />

al principio hizo que ni las viudas ni <strong>el</strong> licenciado aceptaran. El plato<br />

de comida, la ropilla y dónde dormir no les faltó a los gem<strong>el</strong>illos.<br />

Jugaban que eran los cachorros de las putas de la casona. “Mi perrita,<br />

mi perrito”, decían arrastrando las erres. Y <strong>el</strong>los que se carcajeaban<br />

porque habían pasado de fantasmas a animales.<br />

Los tres pronto encontraron sencillo poner a la orden de la creciente<br />

client<strong>el</strong>a a algunas muchachillas que fueron llegando. Siempre y<br />

cuando fueran probadas primero por <strong>el</strong> abogado y a veces hasta por<br />

las dos viudas. <strong>En</strong> algún momento a la que fuera esposa de El Albi-<br />

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