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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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llegar a cualquier lado... Aunque sea en partes de tan dura que es la<br />

carrocería... Bueno, es lo que hay.<br />

Con su aprobación, que no es otra que un “Qué me queda”, <strong>el</strong><br />

muchacho se lleva a la bestia a dies<strong>el</strong> para que lo laven. No dice, pero<br />

con arrimarse al aparato resulta incuestionable, que uno de los<br />

usos que le daban era traer los chanchos para los asados. <strong>En</strong> <strong>el</strong> hot<strong>el</strong><br />

eran famosos. Preparados a la leña, y siempre adobados con una<br />

mezcla de naranja, clavos de olor, hojas de laur<strong>el</strong>, jengibre y sal marina.<br />

Al fin, y después de varias lavadas con cada jabón, espuma<br />

limpiadora, abrillantador y desodorizante conseguidos por la administración,<br />

<strong>el</strong> jeep quedó casi sin olor a cerdo. Sandoval se dejó tragar<br />

por <strong>el</strong> viejo aparato, incómodo por lo rústico de los asientos y la<br />

tapicería, lo duro de la compensación y d<strong>el</strong> manubrio, y se puso en<br />

marcha rumbo al pueblo. Esta vez ni reparó en <strong>el</strong> paisaje que en<br />

ad<strong>el</strong>ante fue como si no existiera.<br />

Fue fácil para Sandoval llegar a la vieja estación de combustible.<br />

Llenó <strong>el</strong> tanque y la garrafa de mayor tamaño que encontró. Existía<br />

una sola máquina con dos antiguas mangueras: una para la gasolina<br />

y otra para <strong>el</strong> dies<strong>el</strong>. La estación quedaba a media cuadra de la parada<br />

de autobuses: unas oxidadas y careadas láminas de zinc. Éstas<br />

luchaban por ganarle <strong>el</strong> equilibrio a una estructura de hierro que en<br />

sus tiempos fue roja, frente a los ventarrones que se dejaban venir<br />

de cualquier lado. A dos cuadras quedaba <strong>el</strong> polvareda que decían<br />

era la plaza de fútbol. Frente a la iglesia. Rodeándolos, estaban cuatro<br />

caramanch<strong>el</strong>es. Un almacén de abarrotes con dispensario de medicinas,<br />

manejado por chinos. Un cuartillo donde atendía cada vez<br />

perdida, cuando no se necesitaba, uno que decía ser doctor. Un restaurante<br />

chino. Y un cuchitril con un descolorido rótulo de “Comidas<br />

Típicas”, también atendido por orientales. Una cuadra hacia <strong>el</strong><br />

mar, con una panorámica inmejorable de los atardeceres, estaba la<br />

famosa La Marisquería: mucho más que una marisquería. Donde<br />

había orquestillas cada quince días, o se bailaba con los bramidos de<br />

una vieja rockola multicolor. Con <strong>el</strong> tanque lleno, y la garrafa de repuesto<br />

llena, Sandoval se sentía listo para hacer <strong>el</strong> viaje hasta donde<br />

La Negra. Para estar más que preparado decidió adentrarse en la ruta<br />

que recorrería en pocas horas. Desde <strong>el</strong> comienzo descubrió que<br />

era la más grande e informe colección de huecos y cráteres que<br />

hubiera visto. Sonrió para sí al recordar que <strong>el</strong> muchacho que consiguió<br />

<strong>el</strong> jeep advirtió: “El camino está medio malillo”.<br />

No fue difícil averiguar quién era la persona más vieja d<strong>el</strong> pue-<br />

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