Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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Sin embargo lo que terminó de convencerlas de que éste era <strong>el</strong> indicado,<br />
en medio de su eterna ebriedad, fue <strong>el</strong> regalo de unos suaves<br />
zapatos blancos y un par de vestidos. Llenos de colores y t<strong>el</strong>as<br />
d<strong>el</strong>icadas, <strong>el</strong> abogado se los trajo sin otra intención que vérs<strong>el</strong>os<br />
puestos para poder quitárs<strong>el</strong>os. Para complementar trajo un gran<br />
espejo rectangular que mandó a pegar sobre la puerta d<strong>el</strong> ropero de<br />
las viejas. Jamás les regalaron nada. Hasta convidó con dos vestidillos<br />
a la gem<strong>el</strong>a, y unos pantalones y una camisa al gem<strong>el</strong>o, a<br />
quienes a lo mucho vio un par de veces. Las al principio perdidas<br />
visitas d<strong>el</strong> licenciado, siempre correctamente vestido y afeitado,<br />
con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o con mucho fijador, igual que los galanes de la época,<br />
aumentaron en duración y repetición. Fue tanta la costumbre, que<br />
quienes continuaban trabajando: un par de peones ganaderos, dos<br />
chapeadores que p<strong>el</strong>eaban siempre para que <strong>el</strong> monte no se tragara<br />
<strong>el</strong> ranchón, y un par de muchachitas encargadas de cocinar, limpiar<br />
la casa y cuidar a la pareja de los gem<strong>el</strong>illos, lo extrañaban si<br />
no se presentaba alguna semana. Pero los que más se impacientaban<br />
eran Los Gallos. Siempre estaban a la espera de nuevas acerca<br />
de cómo iba <strong>el</strong> asunto d<strong>el</strong> traspaso de sus tierras. Tranquilos y confiados<br />
con <strong>el</strong> licenciado, siempre valoraban cualquier buena noticia.<br />
Los Gallos eran más cru<strong>el</strong>es y leales que ambiciosos, más asesinos<br />
que ladrones. Nadie tenía la menor sospecha, ni <strong>el</strong> propio<br />
abogado, de que sería él, que ahora les traspasaba los terrenos,<br />
quien haría que los perdieran. Sin proponérs<strong>el</strong>o, como a muchos<br />
otros, entre <strong>el</strong> guaro y <strong>el</strong> juego en La Nueva Tierra. Al principio<br />
así nombraron al más famoso burd<strong>el</strong> de la región, hasta que les<br />
gustó más llamarlo El Ci<strong>el</strong>o de las Putas.<br />
Las venidas d<strong>el</strong> licenciado y las idas de los tres a la capital de<br />
provincia llegarían a sumar más de dos años. Los viajes a la ciudad,<br />
en un principio, tenían <strong>el</strong> fin de ver cómo iban los trámites. Si<br />
bien desde <strong>el</strong> primer día ambas quedaron impresionadas por cuanta<br />
vaina veían, y más por la oficina, los títulos en la pared, que ni leer<br />
sabían, y los trajes d<strong>el</strong> licenciado, siempre, al final, regresaban al<br />
ranchón, donde se sentían por completo a gusto. Para las visitas, <strong>el</strong><br />
licenciado les consiguió un cuarto enorme en una pensión con entrada<br />
independiente por donde podía visitarlas con tranquilidad,<br />
llevarlas a conocer la ciudad y volver a la hora que fuera. Desde la<br />
primera vez se paseaba con la viuda de El Albino y la de Sandoval<br />
en cada brazo. Uñita y Carnita. Sus hembras. Que resaltaban en un<br />
bamboleo errático, incrustadas en unos inusuales zapatos blancos,<br />
que siempre terminaban por quitarse. <strong>En</strong> especial después de<br />
haberse mamado los licores de la ciudad que ni por asomo se arri-<br />
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