08.05.2013 Views

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

sudor mezclados con polvo que le escocían los ojos, hinchándos<strong>el</strong>os,<br />

comenzaron a rev<strong>el</strong>arse entre <strong>el</strong> olor de la tierra aflojada las<br />

primeras raíces, profundas, antiguas, poderosas. Las descubría y<br />

seguía su rastro por la tierra hasta donde podía, sacándola hasta tener<br />

lo suficiente para llenar su magullado balde, un gruñido de<br />

óxido, y al hombro hacer los viajes para tirar <strong>el</strong> desperdicio camino<br />

abajo. Con los días, era como si hiciera un gigantesco queso, de<br />

esos que tienen grandes huecos y que hu<strong>el</strong>en a pies rancios. Sólo<br />

que su queso era de tierra y raíces, y <strong>el</strong> olor a podrido era debido a<br />

la brotazón que llevaba por pi<strong>el</strong>. Al tener un mínimo de campo en<br />

<strong>el</strong> entretejido, Sandoval amputaba las raíces con lo que quedaba de<br />

cuchillo o con su gastada hacha de mano. Pensaba que era como<br />

limpiar los dientes de la tierra.<br />

Acumulaba leños que sacaba y amontonaba, hasta hacer atados<br />

que cargaba con dificultad para ir a dejarlos, crujiendo, para que les<br />

diera sol cerca de la entrada de la cocina de la cueva maloliente de<br />

lo que alguna vez fue una casa, la suya. Mientras aqu<strong>el</strong>la costra de<br />

hombre iba y venía, doblado por fuera por <strong>el</strong> peso de la madera y<br />

por dentro por <strong>el</strong> peso d<strong>el</strong> odio, un último pensamiento cruzó por su<br />

cabeza, casi desconectado de su conciencia, o alma, si quedaba. Cada<br />

carga que tiraba se imaginaba que era un puñado de las letras o<br />

de la salumbre de la tierra. Duró más de lo que en un principio calculó,<br />

pero no tenía otra opción. Él solo tenía que poder y pudo. Una<br />

tarde, igual a cualquiera. Gotas de sudor frío cosieron la frente de<br />

quien no hacía mucho había sido humano. Un temblor incontrolable<br />

lo cubrió por ráfagas. Echó hilillos de espuma, barrió los alrededores<br />

con una mirada rabiosa. No supo por qué. Respiraba agitado. Se<br />

supo cerca de su triunfo. Cuando <strong>el</strong> árbol comenzó a inclinarse, percibió<br />

algo que creyó respeto. <strong>En</strong> otra época se habría sentido avergonzado<br />

de haberlo arrancado, al tiempo que orgulloso de poder<br />

hacerlo, si su deseo de revancha con El Albino, y con la vida misma,<br />

no hubiera sido mayor. Un crujido siguió a otro. Luego otro, y<br />

otro, hasta que <strong>el</strong> viejo árbol cedió ante la falta de tierra y, apuntalado<br />

por los mecates, cayó hacia un lado, pendiente arriba, de lo que<br />

pronto sería su calle. Ese fue <strong>el</strong> estruendo que muchos oyeron en la<br />

distancia. Al ver al árbol derrotado, Sandoval lloró y lloró hasta tragar<br />

sus propias lágrimas, mezcladas con la tierra recién excavada<br />

que se le pegaba como sarna en cada rincón d<strong>el</strong> cuerpo, pegosteándole<br />

<strong>el</strong> p<strong>el</strong>o, abriéndole estrías en la cara. De pena, quizás. De orgullo,<br />

tal vez. De d<strong>el</strong>irio, sin duda. Pero sobre todo de porque sí.<br />

145

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!