08.05.2013 Views

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

dolor, con los días, se convirtió en otro perro que lo seguía por cualquier<br />

lado. Uno que no tenía que alimentar. Al Pato siempre tenía<br />

que darle alguna sobra de pescado, una patada, un hueso, alguna<br />

pluma. El calor d<strong>el</strong> verano convertía los contornos en sequedad y<br />

rameríos que no terminaban de morirse nunca. Las montañas eran<br />

devoradas por la sarna de la quemazón que roía cuanto encontraba.<br />

Si las trampas medio funcionaban, no ofrecían presas dignas ni<br />

de escupir, por lo que a aqu<strong>el</strong> gargajo de hombre no le quedó otra<br />

que robarse alguna gallina ciertas noches más oscuras que su hambre.<br />

Mientras la mano no se arreglara tendría que recurrir a lo que<br />

fuera. Robar no era para él, pero menos morirse sin llegar a terminar<br />

su venganza. Faltaba tan poco. Forzándose a ponerse bien, Sandoval<br />

volvió a nadar en <strong>el</strong> mar sin dejar de pasar, con un brazo, <strong>el</strong> rastrillo<br />

para engalanar su calle, dejándolo mocho y desdentado, como <strong>el</strong><br />

dueño. Al saber que la mano aguantaría maltrato comenzó a estudiar<br />

la manera de quitar <strong>el</strong> último árbol: <strong>el</strong> frondoso, grueso y fuerte<br />

guanacaste. Él sólo no resistiría traérs<strong>el</strong>o abajo a pura hacha. Unió<br />

cada pedazo de cuerda hasta formar una sola gran culebra desp<strong>el</strong>lejada,<br />

la cual amarró en posición triangular con otros dos árboles que<br />

no interrumpían su calle, y que podían apuntalar y dirigir la caída<br />

d<strong>el</strong> guanacaste. Luego comenzó a excavar la base d<strong>el</strong> tronco. El viejo<br />

pico y <strong>el</strong> pedazo de pala sacaron chispas contra las piedras y los<br />

nudos de árbol que fueron surgiendo. Trabajaba sin detenerse, a ritmo<br />

sostenido. “Despacio porque precisa”, mascullaba. De manera<br />

que no quedaba exhausto al final de la jornada, que terminaba muy<br />

entrada la noche. Si la furia y su ceguera hubieran dejado un campito,<br />

habría sentido <strong>el</strong> polvo caliente escociéndole la garganta y la nariz,<br />

<strong>el</strong> ardor de la moledura de p<strong>el</strong>lejo en que se le había convertido<br />

la pi<strong>el</strong>, abrasada por <strong>el</strong> sol brutal, inconmovible, que a veces parecía<br />

evaporar <strong>el</strong> camino que engendraba a mano limpia.<br />

Sandoval, descalzo, caminaba por entre la tierra recién movida<br />

sin sentir las puntas de piedra que quedaban por barrer. Hacía mucho<br />

había destrozado las viejas botas de cuero, cuya su<strong>el</strong>a incluso<br />

llegó a encarnárs<strong>el</strong>e en la planta de los pies, debido al calor de la<br />

tierra y su andar por todas partes. Su última camisa, un terrón innecesario<br />

para sus carnes flacas y estiradas como coyundas, la<br />

guardó para estar presentable <strong>el</strong> día en que inaugurará su calle. Los<br />

jirones de lo que un día fue una pantalón, eran una tiesura en cuyos<br />

recovecos anidaban colonias de hormigas que comían su sudor<br />

mezclado con orines, tierra y sobras de carne cruda de pescado,<br />

que caían y se adherían a lo que hacía mucho habría sido t<strong>el</strong>a. Por<br />

fin, cuando no podía ni ver con claridad debido a los chorros de<br />

144

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!