Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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hizo a los esbirros d<strong>el</strong> político, un par de días después de la “endemoniada<br />
noche de guaro”, se sintió vengado y redimido. Supo que<br />
en ad<strong>el</strong>ante debía de tener en cuenta a El Albino. Sobre todo luego<br />
de que éste cortara las gargantas de los seis apostadores ¡Cómo<br />
cantó <strong>el</strong> filo negro de “su muchachito”!<br />
Los Gallos los habían traído a patadas antes de arrodillarlos y<br />
amarrarlos por la espalda. Los seis supieron demasiado tarde que a<br />
aqu<strong>el</strong> carajo tan blanco no le hizo ni mierda de gracia, no que se cogieran<br />
a su mujer frente a él, primero por d<strong>el</strong>ante y luego por detrás,<br />
sino que se rieran cuando dijo Ya conozco la mercadería. Para El<br />
Albino no había sido un chiste. Al que ganó, un mal encarado, gordo<br />
y colorado, que aguantó un puñadillo de jadeos antes en regarse,<br />
además de decirle, como a los otros, que en cualquier lado pero más<br />
en su ranchón, a él se le respetaba, le cortó los huevos, zampándos<strong>el</strong>os<br />
en su propia boca. Antes de degollarlo.<br />
El Albino no dejaba cabos su<strong>el</strong>tos. Así como le buscaba chiquillas,<br />
“<strong>el</strong> ganadito”, para jefe, también “surtía de güevoncitos al cura”,<br />
con lo que podía jugar esta carta a su favor. Por si llegaba a ser necesario<br />
probar que <strong>el</strong> día de la muerte d<strong>el</strong> político, él estuvo desde la<br />
tarde, y hasta entrada la noche, converse que converse con <strong>el</strong> cura<br />
asuntos de la comunidad. <strong>En</strong> particular de la necesidad de hacer una<br />
iglesia y una escu<strong>el</strong>a con todas las de ley. El pueblo se les estaba<br />
haciendo grande. El licenciado estaba de testigo. No tuvo que repetir<br />
que mientras <strong>el</strong> cura fuera útil estaría surtidito y no correría p<strong>el</strong>igro.<br />
Aunque para estar seguro, tenía otra jugada rumiada. Él sabía<br />
cómo <strong>el</strong> gordito de hábito, que movía con nerviosismo su rosario<br />
como una culebra de madera negra, babeaba por carajillos igual al<br />
mayor de la parejilla de Sandoval. Por eso se lo trajo aunque con<br />
<strong>el</strong>lo tuviera que aguantar a la “cagada”. No hubo manera de tenerlo<br />
sólo a él. Más ad<strong>el</strong>ante, cuando al cura se le iban los ojos por <strong>el</strong> mocoso,<br />
tuvo que ingeniárs<strong>el</strong>as porque la madre no dejaba separarlos.<br />
Hizo un trato. Si <strong>el</strong> cura decía que <strong>el</strong> jefe político le dio un testamento<br />
con <strong>el</strong> abogado hacía mucho, pues tenía una confianza ciega<br />
en la iglesia, y recibía a la hermanilla como empleada, él le aseguraba<br />
al carajillo de su enemigo, así como la acostumbrada seguridad<br />
y parte de las ganancias.<br />
—No me puede decir que no, curita —señaló mientras se limpiaba<br />
las uñas con su famoso cuchillo, “su muchachito”, de r<strong>el</strong>uciente<br />
hoja azabache—. No ve que no hay nada mejor que tener a<br />
Dios debajo de la manga. Ya sabe <strong>el</strong> dicho: “¡A Diosito rogando y<br />
con <strong>el</strong> macito dando!” ¡Verdad curita!<br />
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