Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
pedazo de tabla, de lo que había sido su lanchón, lo golpeó apenas<br />
para que sus brazos se agarraran a la mojazón de la madera que lo<br />
empujó d<strong>el</strong> vaivén a la playa. <strong>En</strong>tretanto se concentraba en escupir<br />
<strong>el</strong> agua salada que lo escocía, algo flotaba entre <strong>el</strong> verdeazul marino.<br />
<strong>En</strong> <strong>el</strong> momento en que <strong>el</strong> respirar amenazaba con romperse,<br />
justo antes de que sus pies tocaran fondo, atinó a ver, a menos de<br />
una brazada, <strong>el</strong> trapo de p<strong>el</strong>os y temblores de El Pato. Sobre un p<strong>el</strong>lizco<br />
de astillas. También bamboleado hacia la playa por la corriente.<br />
Ambos cruzaron una mirada que produjo en aqu<strong>el</strong> gargajo<br />
de hombre, un retortijón largo y puntiagudo. Los ojos d<strong>el</strong> otro<br />
animal, que si bien medio brillaban enganchados al espumarajo d<strong>el</strong><br />
hocico, resoplando con violencia, eran los de un muerto. Un muerto<br />
vivo. Uno como él.<br />
XXXI<br />
Comenzó con un ronquido seguido por un ronroneo más fuerte de lo<br />
acostumbrado. <strong>En</strong> segundos, un humarascal cubrió <strong>el</strong> lanchón y de<br />
pronto todo se regó con llamaradas. El motor no pudo más, luego de<br />
infinitos arreglos que Sandoval hacía a cada nada, para poder comerciar<br />
en aqu<strong>el</strong> nudero de tablas y ayudarse a mantener a la güilada<br />
y a la seca de su mujer. El problema era que <strong>el</strong> negocio se jodió<br />
desde que El Albino hizo su calle y puso una ancha balsa para pasar<br />
las cosas por <strong>el</strong> río. Aqu<strong>el</strong>los miserables preferían traer lo que sembraban,<br />
y recoger lo que ocupaban, primero en bestias y luego en la<br />
balsa, pagándole una parte que no era ni la mitad de lo que hubieran<br />
dado al propio Sandoval. Aunque cada vez que se lo topaban no dejaban<br />
pasar la oportunidad para insistirle que no lo tomara tan a pecho,<br />
que no era algo personal pues <strong>el</strong> corazón de <strong>el</strong>los siempre estaba<br />
con él. Al menos todavía quedan unos pocos clientecillos que<br />
sólo podían comerciar sus productos a través de su lanchón, al que<br />
más de una vez El Albino había mandado sus ofrecimientos de<br />
compra pero que Sandoval siempre rechazaba. Antes que humillarse,<br />
al aceptar la cualquier cochinada que aqu<strong>el</strong> hediondo ofrecía,<br />
prefería verlo hundido. Y así fue.<br />
XXXII<br />
La demora para que Sandoval echara a andar su venganza acabó<br />
justo cuando El Albino iba a c<strong>el</strong>ebrar <strong>el</strong> tercer año de la inaugura-<br />
72